En este valle de lágrimas todos estamos sometidos a
comparaciones, complejos y afinidades más o menos compartidas y a regañadientes aceptadas. Podemos dar la apariencia de ser el que no somos o incluso presumir
de algo que jamás hemos tenido. Aquí juegan actitudes puramente estéticas o de
rasgos físicos, y las que se derivan del carácter personal y necesidades de
aparentar. Hay mucha tela que cortar y legiones de fantasmas a los que parar
los pies.
Por ejemplo, en principio el Sr. George Clooney o Richard Gere qué tienen en común conmigo? Bien, aparte de tener el
pelo blanco –cuando no se lo tiñen- y de contar cinco dedos en cada mano,
examinado con cierto rigor no aprecio similitud alguna. Estaremos de acuerdo en
que ambos somos de la misma estatura, más o menos, que somos varones y nuestro
voto vale lo mismo. Pero por mucho que yo quiera o quisiese aparentar una
semblanza con ellos podría llegar a ser apedreado por la buena gente, que hay
mucha. El Sr. Clooney y yo somos propietarios de nuestras vidas y haciendas,
solo que él se ha comprado un palacete a escasos metros del Puente Rialto de Venecia y yo tengo una casita en Cambrils. También dispone de un caserón a orillas del lago Como que parece extraída de un cuento
de hadas, con su propio embarcadero y la protección de las autoridades para que
nadie pueda perturbar la tranquilidad del astro y su pedazo de abogada. En
cambio un servidor está molesto porque el ayuntamiento me ha mandado una tasa
extra para que pueda aparcar en la calle y mi mujer que no es abogada me dice
paga y calla.
Sí que hay ciertas similitudes, siempre y cuando las
busques con una lupa. Richard Gere
interpretó Oficial y Caballero
luciendo unos uniformes que, para que negarlo, le quedaban muy monos y
llamativos. Yo ,como él también, cumplí forzado lo que llamaban el Servicio
Militar, alias la mili, y de vez en cuando aparece con gran disgusto por mi
parte, alguna fotografía de aquel servicio y, créanme, desde el espantoso
uniforme color olla podrida hasta el careto de garrulo empedernido es algo que
me ha marcado siempre de forma negativa. Qué espanto, qué horror! Sí que los
dos tuvimos nuestro momento militar, pero, joder, es que las diferencias son
abismales. A ver qué coño es lo que yo puedo aparentar!
Efectivamente, las apariencias pueden inducir al
engaño, pero el latón casi siempre sale a relucir. Hemos de conformarnos con lo
que somos y tenemos, otra cosa es columpiarse entre el egocentrismo y la más
pura imbecilidad. Abunda demasiado el narcisismo. Quien no conoce a un amigo o
amiga que en un arrebato de necesidad de aparentar, te cuenta que hizo una
excursión de Barcelona a St. Feliu de Guixols a bordo de un
pequeño yate de su sobrino Jonathan. Cuando la puñetera realidad es que
Jonathan no tiene más que una pequeña Zodiac
de tres metros y qué los únicos mares que surcaron fueron los del puerto de
Barcelona el sábado por la tarde montados en una cutre Golondrina. Así es la vida, recalcitrante realidad.
En fin amigos y amigas, compañeros y compañeras,
lectores y lectoras, viajeros y viajeras, hombre y mujeres, ya saben, verborrea
político-sindicalista con el ánimo de aparentar un acercamiento a las masas,
cuando en realidad de lo que se trata es de meter mano al cajón con una sonrisa
en los labios. Y es que en este mundo
traidor, no hay verdad ni mentira: todo es según el cristal con que se mira.
Me cuesta, pero seguiré buscando mis analogías con Kevin Costner o las cincuenta
sombras de Grey, harto ya de sentirme Woody
Allen o Alberto Sordi. Debo
aparentar porque vivo en un mundo de mentiras fabricando fantasías, malgastando
horas y evitando estar a solas con mi triste realidad.
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