Durante el largo y cálido verano envío a La
Vanguardia mis artículos blogueros bajo el título de “Crónicas en tinta azul”.
Una especie de diario íntimo donde anoto todas mis vivencias en el día a día a
pie de arena. Ahora, aunque el periodo es más corto, bien podrían llamarse
“Anotaciones de primavera o Impulsos primaverales”, para el caso da lo mismo. No
ocurre nada significativo porque no salgo de casa, oigo el rumor encrespado de
las olas pero desde que llegué el pasado viernes no ha cesado de llover, cielos
encapotados y una humedad de mil demonios. Ayer vino un operario a reparar el
grifo de la bañera, goteaba, tardó cinco minutos en cambiar la dichosa gomita i
voila! listo. En este momento estoy esperando su llegada porque el grifo sigue
goteando, para mí que no tiene reparación y habrá que instalar uno nuevo, y tan
solo tiene cuatro años. Te cabrea, pero son infortunios que le pasan a todo el
mundo. Este es un recinto privado, vallado y silencioso, a salvo de miradas
indiscretas y ubicado a pocos metros del mar en una área agrícola en donde se
conrean productos de huerta y regadío. Excesivamente solitario y bien
comunicado. Abundan las palmeras como en todo este tramo de litoral.
El jueves entraré el coche en el taller para
que me repongan el puñetero cristal trasero. Necesitaré un coche para volver a
casa, de esos que llaman de cortesía, pero cortesía de momento poca, ya me han
anunciado que los tienen todos en uso, pero que por una módica cantidad diaria
me pueden ceder otro, de alquiler, claro. Estoy conmocionado por la catástrofe
aérea de los Alpes. En esta ocasión se han unido sin rencores ni desconfianzas
todas las administraciones públicas para volcarse en la ayuda a familiares y
amigos de las personas fallecidas. Un desastre sin paliativos de un accidente,
de momento, sin causas del todo claras. He cruzado los Alpes en muchas
ocasiones y siempre miro las cumbres nevadas de reojo, para alguien como yo que
volar le produce desarreglo intestinal y flojera de bajos es un golpe letal.
Descansen en paz. No quiero concluir esta tragedia sin hacer referencia a la
inmediata respuesta de la España canalla y recalcitrante en forma de piuladas: “Lo del accidente de avión me parece muy
bien si había catalanes dentro de él. A ver, a ver, no hagamos un drama, que en
el avión iban catalanes, no personas. Espero que el avión este se haya llevado
por delante unos cuantos franceses”. No comment.
Persiste el mal tiempo. Ya tengo la bicicleta
a punto: batería cargada, ruedas hinchadas y lubricación de puntos clave. Soy yo
el que todavía no está a punto, el tiempo es muy inseguro y no invita a la
salida, además temo pegarme una morrada y acabarme de triturar el maldito
menisco. Mucha gente me pregunta si me he roto la rodilla practicando deporte
y, ante mi nula actividad competitiva, a todos les digo lo mismo: creo que se
me fulminaron los cartílagos rotulares mientras dormía. Anoche en una
entrevista televisada oí esta pregunta, eres feliz? A palo seco, sin más.
Hombre, la felicidad no es un estado emocional permanente, es oscilatorio,
cambiante, mutante. Hay momentos o días en los que puedes sentirte feliz, pero
desaparece, como la tristeza, la indiferencia o el sueño. Por no hablar del
dolor de almorranas. Tampoco conozco a nadie que después de un orgasmo se
sienta triste, estará contento, radiante y feliz, pero pasa.
Como y bebo, bebo i como. Hago el crucigrama
diario, leo el periódico, oigo las noticias, hasta la hora de comer que me
vuelvo a interesar por las noticias y ya no será hasta la cena en que me
volcaré para ver las noticias. Hoy no, pero la mayoría de días marcho a
desayunar fuera de casa, más que nada para salir. Después busco con gran
interés y meticulosidad el mejor pan. Aunque no como mucho soy tremendamente
exigente con la calidad del pan. No soporto las insensateces que se cometen con
el cuento chino de que tienen un hornito. Se cometen verdaderos homicidios
panificados. No se debe tolerar. Ya se sabe el motivo del accidente aéreo, pero
ya callo.