David Fernàndez es un tipo que me cae bien,
escondido bajo su indumentaria de buen
rollo, un hombre de calle, gente de la calle, palpita alguien que se
entrega al noble y prostituido arte de la política, con desenfado, osadía y
entusiasmo. Estamos todos muy necesitados de aire fresco y renovadas ideas que
nos hagan volver a creer que la política no solo es buena sino necesaria. A mi
entender es una persona con ciertos tics de timidez pero que cuando se lanza al
ruedo se crece y se hace escuchar. Su exceso de sencillez, para mí, va en
detrimento de sus nobles ideales. Quiero decir que si a él le complace vestir o
pasearse como un leñador de Oregón está
en todo su derecho, como si quiere ir en pelotas a un concierto de reggae. Pero
discrepo de su imagen pública que es lo que la mayoría conocemos. Seguramente
en su decálogo de buenas maneras se contempla el uso de la informalidad para
captar más acólitos. Creo que es un error, estoy seguro de que si luciese su
palmito más acorde con lo tradicional, tendría
mucha más acogida. De la misma manera que no estoy sugiriendo que vista de
Armani ni con corbata, tampoco puedo admitir que deambule por el Parlament
hecho un verdadero asco. Es del todo reprobable. No por mí, sino por la
institución a la que pertenece y nos representa a todos, y a la que debe un
respeto. Y ese respeto se refiere al uso de unas camisetas sudadas y raídas o
unas zapatillas hartas de polvo, absolutamente inadecuadas a mi entender. Estoy
de acuerdo con usted, Sr. Fernàndez, en que algunas declaraciones oídas en la
comisión Pujol son un epitafio y provocan vergüenza ajena, pero no estoy menos
de acuerdo en que dichas desde el estrado de una reputada institución como el
Parlament con bamborras y camiseta de costellada son una bofetada al buen gusto.
Ya sé que forman parte del guion y de la imagen popular, pero no es correcto,
no es correcto.
Cuando no hace ni diez días Yanis Varufakis, el
flamante ministro de finanzas griego, se presentó en Bruselas a negociar con el
Eurogrupo las medidas económicas de Grécia, también llegó ataviado como para ir
a tomar unas birras, eso sí, muy alejado de las sandalias de David Fernández, y
además con cierto aire de matón de Chicago. Seguramente también creyó que el
desparpajo de imagen y la socarronería le iban a facilitar el diálogo con sus
colegas europeos, olvidando que el deudor era él y no sus adversarios
negociantes. Hoy ya parece que se ha guardado sus chulerías en la americana de
colores y presta más atención a las indicaciones que le susurran al oído, como…paga lo que debes. Y que conste que
concedo de entrada más eficiencia y buen rollo a la imaginada visita del líder
de la CUP por su educación y saber estar, que no al prepotente de Varufakis.
Eso si, no se me presente en Europa con sus cutres camisetas y rancios
vaqueros, representado al gobierno de Cataluña, por favor.
En el fondo todas estas estrafalarias conductas
responden sin ninguna duda al ejercicio del manual del populismo. Todos sabemos
que se trata de captar votos en los arrabales de los que no suelen votar. Y me
parece bien el objetivo, pero no así las formas, que no solo de pan vive el
hombre. En España también hay un molde en donde se cuece ese aire deshilachado,
progre, popular. Y éste sí que pegará un varapalo más que merecido a los dos
partidos mayoritarios que han batido el record de mantenerse treinta y cinco
años en el poder para poder llegar exactamente hasta el mismo lugar de antes.
La gente está más que cansada, está harta de tanta hipocresía, ineficacia y
corrupción, y busca en esas nuevas formaciones la redención de sus males y el
castigo de los actuales gobernantes. Pero es que cuando me imagino a Podemos,
con sus progres trazas, yendo a negociar a Bruselas no puedo evitar un
escalofrío. El problema es que los de ahora han resultado nefastos para la
población con su sórdido quehacer, pero y los de las bamborras y camiseta? O es
que estamos condenados a la mediocridad de por vida. Y pienso en Celia
Villalobos y su monumental cagada presidiendo el debate más importante del año
legislativo.