Cuantas cosas revoloteaban en mi mente durante el
rato que estuve en aquella fría habitación, cuantos escenarios desfilaron por
mi cabeza. Rugía el viento y zarandeaba la copa de los árboles, las hojas se
desperdigaban atemorizadas dejando un rastro de remolinos verdes. El cielo
presagiaba tormenta, agua a raudales. Con el rostro apoyado en los cristales de
la rústica ventana sentía sus crujidos y el helor que la penetraba. El perro
asomaba la cabeza por debajo de la cama emitiendo diminutos aullidos sin poder
disimular su pánico. Que rápido ha pasado el tiempo, cuando veo desfilar las
imágenes tan veloces por mi mente me parece ver como una película de mi vida,
un resumen en el que las edades se superponen y los acontecimientos vividos se
vuelcan en la platea de los recuerdos.
Cada uno de nosotros tiene alguna canción o una
música que a modo de banda sonora acompaña nuestras ensoñaciones. Hay melodías
para todo, para el recuerdo, para un lugar determinado, para el olvidado primer
beso, para los que ya se fueron con excesiva prisa, las que nos proyectan hacia
un futuro deseado o para viajar inmóvil en tu butaca. Durante mi década de los
20 a los 30 años, tocaba el piano en casa con manifiesta mala traza y evidente
cabreo por parte de los vecinos. Pero me gustaba, ayudaba a imaginar un
incierto futuro y sentar las bases de lo que haría cuando fuera mayor. Qué vas
a ser de mayor? Puesss, quizá vividor, dramaturgo, millonario, aventurero, buen
padre, periodista, actor. Creo que a excepción de buen padre, nada de todo lo demás he alcanzado.
Pero me lo pasaba bien aporreando las fusas, corcheas y semifusas durante aquellos años. Tan solo
me queda mi afición por la música. De aventurero les puedo asegurar que no
tengo gran cosa, por no decir ninguna. Aunque a veces mis nietos me preguntan <si no te hubieras dedicado a lo que has
hecho, qué te hubiera gustado hacer> y siempre les respondo: Corresponsal
de guerra, periodista entre conflictos. Después me levanto y marcho para no oír
sus risas. El piano? Si, sigue ahí, adosado a una pared de mi despacho, vestido
con su frac negro de gala, brillante y limpio de polvo, con algunas fotos
enmarcadas, una figura que no recuerdo y un ramillete de gardenias más falsas
que la mentira. Ni tan solo molesto a vecinos, no los tengo, a lo sumo los
domingos soporta estoicamente los manotazos de aquellos locos bajitos, como
diría Serrat.
Me miraba el perro entre sorprendido y espantado. La
luz de los rayos se reflejaba en sus ojos medio escondidos bajo la cama.
Llevaba un buen rato viendo aquella conocida película, imágenes propias,
secuencias de vida, momentos inolvidables. Casi que me di de bruces con las
letras de Armando Manzanero: “Voy a apagar la luz para pensar en ti y así dejar
volar a mi imaginación”. Solo que él habla de una mujer y yo de una vida. Para
el caso da lo mismo, son historias vividas y encerradas en el disco duro de
cada uno de nosotros y que nos facilita su revisión con tan solo extraer el
archivo deseado. No hay color casi siempre la película es en blanco y negro.
Me desperté al alba, tenía el cuerpo aterido de
frío, me debía haber dormido cuando la tormenta arreciaba. Los cristales
estaban empañados y chorreaban gotas formado un diminuto charco en el suelo.
Limpié un cristal y apareció el sendero por el que había llegado hasta aquí,
entre brumas y nieblas espesas. Un ruinoso termómetro colgaba de un cordel
junto al ventanal, dos grados negativos en el exterior. A dentro no creo que
excediera de siete u ocho. Era imposible seguir y decidí esperar hasta media
mañana confiando en que mejoraría el tiempo. Al fin y al cabo todos los caminos
son iguales, no llevan a ninguna parte, eres tú quien escoge el adecuado.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada