divendres, 16 de gener del 2015

ROMA, CIUDAD ABIERTA

Lejos de considerarme un especialista ni un entendido en cine, si he de reconocer mi innato entusiasmo y fervor por este arte calificado como séptimo. El cine reúne todos los escenarios precisos para juzgarlo como vidas paralelas, siempre encontramos en él analogías o diferencias substanciales con nuestras propias vivencias, con nuestra forma de vivir. Todo empezó con los hermanos Lumière  cristalizando sus experimentos e investigaciones con la proyección de un film en el que se reproducía la salida de los obreros en una fábrica de Lyon. Esto era el día de los Santos Inocentes de 1895. Desde aquel entonces se han sucedido superlativos cambios, como el sonido, las películas en color, la aplicación exhaustiva de todos los adelantos técnicos, hasta la exhibición de productos visuales para mayor honra y gloria de sus protagonistas en un aquelarre de márqueting  universal y un lucrativo acomodo de sus bolsillos.

A los oídos de los no iniciados, como yo, resuenan más los nombres de directores y actores americanos, en parte por sus grandes producciones y sus generosos recursos. Y que han posibilitado que gente que transitaba por las cunetas de la marginación hayan alcanzado el zenit a través del trabajo de renombrados guionistas y una impecable puesta en escena. Factores que no han podido evitar, tras un periodo de bonanza y encumbramiento, que una parte muy significativa de todo este mundillo de los Stars i Starlets, haya sucumbido al amparo de la droga, el libertinaje, alcohol y mala vida. Se trata de las pérfidas sombras de los grandes estudios de Hollywood.
Pero sin menoscabo de lo dicho, hoy mis preferencias se dirigen al cine europeo y en concreto a los grandes realizadores italianos. El cine italiano surgido tras la segunda guerra mundial aportó al séptimo arte una gloriosa nómina de ilustres directores y artistas. Con un denominador común: Enfocar el objetivo mostrando las condiciones más humanas de una sociedad depauperada, hambrienta y desarraigada que mediante la comicidad caustica dejaban escritos verdaderos documentos visuales de un tiempo y un país. No fueron nada ajenos a este movimiento, Michelangelo, Fellini, Rossellini, De Sica, Visconti, Lattuada , De Santis o Zampa. Genios casi todos ellos detrás y delante de la cámara.

El listado de artistas es tan dilatado que solo menciono algunos para dar testimonio de aquellos maravillosos líos y enredos: Virna Lisi, Ana Magnani, Sofía Loren, Silvana Mangano,Gina Lollobrigida, Mónica Vitti. Y en cuanto a sus oponentes es de ley mencionar a De Sica, Mastroiani, Vittorio Gasman, Alberto Sordi, Aldo Fabrizi, Nino Manfredi. Todos ellos son solamente una ilustre muestra.

Ladrón de bicicletas, Arroz amargo, Roma ciudad abierta, Noble gesta, Senso, La tierra tiembla, Bellísima, La Strada, La Dolce vita, Y la Nave va. Películas irrepetibles, en absoluto efímeras y rodadas con rotunda maestría por un ramillete de realizadores y actores que dieron nombre a un estilo y a una manera de revestir la realidad con humor y la tragedia con ingenuidad. La constante lucha por la supervivencia, la astucia revestida de refinados gestos, el horror de la guerra, el éxodo a la gran ciudad, las malas compañías, la lujuria y erotismo de hermosas mujeres. En fin, el ridículo, la timidez, la arrogancia, el doble sentido. Las miradas, los besos, la crítica ácida, la morbosidad, el hambre. Tópicos que no lo son, porque se trata de historias contadas a través del ojo de una cámara pilotada por maestros de la narración filmada, en donde el menor gesto o la mueca más nimia alcanza la excelencia pura.


El Neorrealismo italiano abrió el fuego con Roma, ciudad abierta, de Roberto Rossellini. Un buen puñado de ellas fueron producidas en los estudios de Cinecittà, Roma.Pero quién no recuerda a Alberto Sordi ataviado de gondolero, Aldo Fabrizi cortando la sandía en un multitudinario día de playa o Mastroiani besando la exuberante Anita Ekberg en la Fontana di Trevi. De Sica, distinción y pose, de carabinieri, i Peppino de Filippo presumiendo de comisario. La magia del cine, si es que la tiene, entonces hemos de convenir que todos estos personajes fueron verdaderos magos, no ilusionistas, sino magos a secas, escultores de la realidad mundana.