divendres, 2 de gener del 2015

LOS MISERABLES

Un pequeño paréntesis para huir de la mediocre rutina de estos días. Hace ya demasiado tiempo que no saco el tren de su limbo y qué mejor que cuarenta y ocho horas en la city londinense.  Atravesamos el Canal de la Mancha de noche guiados por el faro lunar y su espectacular rayo agrietando las embravecidas aguas. Al cruzar entre las islas  de Jersey y Guernsey no pude reprimir mis impulsos y nos detuvimos en la segunda. Aunque Victor Hugo primero recaló en Jersey tres años, su verdadera imprenta literaria la desarrolló en Guernsey durante quince años (1855-1870). Aquí vieron la luz los dos manuscritos más conocidos popularmente: Los Miserables y El jorobado de Nuestra Señora.

Este diminuto archipiélago de una decena de pequeñas islas se encuentra a dos horas de navegación de la costa francesa, aunque su pabellón es ingles a todos los efectos, así como receptor de capitales de dudoso origen. Paraísos fiscales y lugares paradisíacos. El objeto de la escapada fue para poder presenciar en Londres la versión actual de Los Miserables, que ya había visto en Barcelona y Nueva York. Publicada en 1862, no sería hasta 130 años después que sería llevada a las candilejas parisinas. Pero en 1982 se estrenó en el West End londinense con la partitura al completo del gran Claude-Michel Schönberg y dos años más tarde en  Broadway. Ambas ciudades mantienen en cartel la obra de Victor Hugo más de treinta años después de su estreno, habiendo pulverizado todos los records de permanencia en cartel de un musical pese a la tremenda competencia, como la del Fantasma de la ópera, por ejemplo.

Los Miserables son los parias, los desamparados. Parecen totalmente depravados, corruptos, viles y odiosos. Aunque no son otra cosa que personajes que el autor cincela en su obra para denunciar las injusticias de los distintos gobiernos franceses. En la franquiciada escenificación se representa una magistral barricada emulando episodios de la revolución francesa, de idéntica factura en Londres que en Nueva York y en todas las ciudades del mundo donde se representa el musical. Jean Valjean, Cosette, Javert, Fantine, Marius Pontmercy, Sr.Thenardier, Sra.Thenardier, son los  principales personajes de la historia, en que dan vida al imponente relato en donde la partitura de  Schönberg se erige en fastuosa, electrizante y conmovedora. Una música que funde el alma y tensa la sensibilidad.

En eso estamos y a eso fuimos, siempre la música como señuelo de nuestra identidad y buque insignia de nuestras preferencias. Es de esas puestas en escena en las que no hay cabida para cuatro zarrapastros de bonitas maneras y aires de famosillo, se precisa estar a una gran altura profesional abordando las exigencias propias de un buen tenor, potente y dúctil soprano, así como un profesional elenco  que arrope los distintos cuadros de forma actoral y seductora. Un espectáculo para no olvidar y aun mucho menos perderse.


De las tres versiones que he visto, sin menospreciar ninguna, sin duda me quedo con esta última en el Queen’s Theatre de Londres. Pese a que allí el público asiste a la representación devorando helados de pistacho o sándwiches de pepinillos sin perder hilo de la trama. Es impecable su puesta en escena. De vuelta a casa el tren ululaba en mitad de las aguas, devorando millas en ese canal entre el Atlántico y el Mar del Norte. Por un instante pensé en volver a detenerme para ver la casa de Victor Hugo, esta vez en Jersey, hacía frío y el cielo ennegrecía por momentos. Bajé la cortinilla de la ventana, me acomodé, subí el volumen y me quedé con: Amor eres tú, Un día más, Soñé con otra mujer, Muerte de Fantine, Salvalo, etc…