Un pequeño paréntesis para huir de la mediocre rutina de estos días. Hace
ya demasiado tiempo que no saco el tren de su limbo y qué mejor que cuarenta y
ocho horas en la city londinense.
Atravesamos el Canal de la Mancha
de noche guiados por el faro lunar y su espectacular rayo agrietando las
embravecidas aguas. Al cruzar entre las islas
de Jersey y Guernsey no pude
reprimir mis impulsos y nos detuvimos en la segunda. Aunque Victor Hugo primero recaló en Jersey
tres años, su verdadera imprenta literaria la desarrolló en Guernsey durante
quince años (1855-1870). Aquí vieron la luz los dos manuscritos más conocidos
popularmente: Los Miserables y El jorobado
de Nuestra Señora.
Este diminuto archipiélago de una decena de pequeñas islas se encuentra a
dos horas de navegación de la costa francesa, aunque su pabellón es ingles a
todos los efectos, así como receptor de capitales de dudoso origen. Paraísos
fiscales y lugares paradisíacos. El objeto de la escapada fue para poder
presenciar en Londres la versión actual de Los Miserables, que ya había visto
en Barcelona y Nueva York. Publicada en 1862, no sería hasta 130 años después
que sería llevada a las candilejas parisinas. Pero en 1982 se estrenó en el West End londinense con la partitura al
completo del gran Claude-Michel
Schönberg y dos años más tarde en Broadway. Ambas ciudades mantienen en
cartel la obra de Victor Hugo más de treinta años después de su estreno,
habiendo pulverizado todos los records de permanencia en cartel de un musical
pese a la tremenda competencia, como la del Fantasma de la ópera, por ejemplo.
Los Miserables son los parias, los desamparados. Parecen totalmente
depravados, corruptos, viles y odiosos. Aunque no son otra cosa que personajes
que el autor cincela en su obra para denunciar las injusticias de los distintos
gobiernos franceses. En la franquiciada escenificación se representa una
magistral barricada emulando episodios de la revolución francesa, de idéntica
factura en Londres que en Nueva York y en todas las ciudades del mundo donde se
representa el musical. Jean Valjean, Cosette, Javert, Fantine, Marius
Pontmercy, Sr.Thenardier, Sra.Thenardier, son los principales personajes de la historia, en que
dan vida al imponente relato en donde la partitura de Schönberg se erige en fastuosa, electrizante
y conmovedora. Una música que funde el alma y tensa la sensibilidad.
En eso estamos y a eso fuimos, siempre la música
como señuelo de nuestra identidad y buque insignia de nuestras preferencias. Es
de esas puestas en escena en las que no hay cabida para cuatro zarrapastros de
bonitas maneras y aires de famosillo, se precisa estar a una gran altura
profesional abordando las exigencias propias de un buen tenor, potente y dúctil
soprano, así como un profesional elenco que
arrope los distintos cuadros de forma actoral y seductora. Un espectáculo para
no olvidar y aun mucho menos perderse.
De las tres versiones que he visto, sin menospreciar
ninguna, sin duda me quedo con esta última en el Queen’s Theatre de Londres. Pese a que allí el público asiste a la
representación devorando helados de pistacho o sándwiches de pepinillos sin
perder hilo de la trama. Es impecable su puesta en escena. De vuelta a casa el
tren ululaba en mitad de las aguas, devorando millas en ese canal entre el Atlántico y el Mar del Norte. Por un
instante pensé en volver a detenerme para ver la casa de Victor Hugo, esta vez
en Jersey, hacía frío y el cielo ennegrecía por momentos. Bajé la cortinilla de
la ventana, me acomodé, subí el volumen y me quedé con: Amor eres tú, Un día más, Soñé con otra mujer, Muerte de Fantine,
Salvalo, etc…
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada