Gerard Depardieu ha vuelto a llamar la atención esta
semana en Bruselas. Nadie puede dudar de la categoría profesional de este actor
francés que ha atiborrado la pantalla con incontables y soberbias actuaciones. Excéntrico
como tantos, a los que no les basta que la gente los adore, necesitan destacar
todavía más para dejar su impronta de niños malos y traviesos y, en muchos
casos, presentarse como defensores de la injusticia y los desfavorecidos, o
adalid de causas perdidas. Aunque no resulta del todo difícil hacer repicar las
campanas de la revolución cuando se tienen las espaldas bien protegidas y el
riñón a cubierto. Depardieu se exilió a finales de 2012, en protesta por los
elevados impuestos que pagaba en Francia, a la república rusa de Mordovia. Como
argumento reprueba que cada año tenga de pagar un 75% de sus ganancias al
fisco. Es trabajo ganado y acumulado, dice, durante toda una vida de esfuerzos.
Lo de qué quien más tiene más paga puede acercarse en determinados casos a una
fría y estúpida injusticia. En todo caso que paguen las fortunas heredadas,
inmovilizadas, improductivas y que dan lustre a las esperpénticas y grotescas
vidas de un montón de holgazanes que, en ocasiones, pretenden incluso dar algún
tipo de ejemplo. Yo soy de la opinión del francés.
Siguiendo los pasos de su ex conciudadana, Edith
Piaf, el actor creo que también nació
con una botella bajo el brazo. Y no es extraño porque uno de sus negocios más florecientes
es la producción de grandes caldos embotellados. Una finca de 30 Ha. en el Valle del Loira le proporcionan más de medio millón de botellas al año de vino
de reconocida y acreditada calidad. No
ha escondido nunca su afición por el tintorro, como productor y consumidor. Es
un bebedor empedernido y tiene un pasado y presente colmado de accidentes de
tráfico y excesos, como presentarse en actos públicos con una pea como un
piano. Dice el propio Obélix que bebe cuando se aburre y no hay duda alguna de
que se aburre con una frecuencia inusitada. Y cuando le entra ese sopor del
aburrimiento puede llegar a consumir 14 botellas de alcohol, según sus palabras
"Empiezo en casa, con champán o vino tinto antes de las 10.00.Después
más champán, luego pastis (anís francés), quizá media botella. Después la
comida, acompañada de dos botellas de vino. Por la tarde, champán, cerveza y
otra vez pastis hacia las 17.00 para terminar la botella. Más tarde, vodka y/o
whisky".
Esa desmedida pasión por empinar el codo le ha
llevado también a ser adicto a hospitales y clínicas. Ha padecido varias
operaciones a corazón abierto, lleva cinco bypass y como quien no quiere la
cosa patea un hígado que no es el suyo, es prestado. Con su propia avioneta
realizó un aterrizaje en Madrid, 1996, colisionando con un Boeing-727 del que
salió indemne y con una trompa de gran altura. Hoy, el Depardieu que vive en
Rusia pero no se le encuentra nunca, presenta una imagen desoladora. No hay
balanza que se la juegue con él, sobrepasado de quilos, con esa enorme nariz
fálica y la punta rosada, la enorme
cabeza pegada al tronco, ya no tiene cuello, y unos movimientos más propios de
un elefante, viene a ser como una caricatura de lo que fue y, en cierto modo,
como la crónica de una muerte anunciada, aunque sinceramente le deseo una larga
vida. Espectáculos como el del pasado domingo en Bruselas donde se conmemoraba
la I Guerra Mundial, en que tuvieron de retirarlo del escenario sentado en su
silla y con una espeluznante borrachera, posiblemente se repita a no tardar. Ahora
bien, asumir acciones de riesgo o zamparse 14 botellas de alcohol en un día no
creo que se propaguen mucho más. Hasta para un brujo de la escena como ha sido
Gerard Depardieu, todo tiene un límite, y el cuerpo también lo tiene. ¡Larga
vida para el gran Cyrano de Bergerac!
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