dissabte, 27 de desembre del 2014

FELIZ…FELIZ QUÉ?

Otro año que se nos va. No sé si se va por la puerta grande o se desliza por alguna alcantarilla en el anonimato de la oscuridad. Si los que le precedieron fueron una calamidad, éste  les anda a la zaga. Los hay que argumentan que la incipiente recuperación parece poder albergar esperanzas de que la cosa tiene arreglo. Yo no lo creo, no detecto novedades que me lo confirmen. Este año se llevará la palma. Además del bochornoso y escandaloso nivel de paro que existe en España y que la encumbra como líder del mundo civilizado en políticas antisociales, habrá que añadir en su cuenta de resultados el sangrante y vergonzoso expolio de las arcas públicas en manos de la corrupción o, para ser más exactos, de los corruptos. Por mucho que nos quieran hacer creer que es una exageración confundir a unas cuantas manos largas con un país entero. No es cierto, hay tanto mangante y tan suculentos arañazos al bien común que comienza a ser muy preocupante. La corrupción se instaura con plenos poderes en los países donde impera la dictadura o en los que siendo una democracia no está asentada ni consolidada. Este último es el caso de España, somos una democracia pero restringida, poco seria, más adicta al interés particular que al bien común, lo que como en otras tantas y tantas cosas bautizamos como democracia a la española. Spain is different, recuerdan?

Esta semana hemos sufrido la visita del líder de Podemos, una especie de mesías redentor que dice tener la clave para limpiar el país de la casta que cercena nuestras expectativas de bienestar y progreso. Pablo Iglesias se ha equivocado de dirección, ha confundido el destino de sus misivas o le ha hecho una jugarreta su GPS político. Habla rápido, dice muchas cosas, insulta a muchas personas y menosprecia instituciones, pero adolece de imprecisión y en cierto modo de ignorancia. Nos machacan con la cantinela de que Iglesias y sus colaboradores son universitarios, como si este marchamo fuera garantía de éxito ilimitado. Lo mismo que su estudiada imagen descorbatada y en mangas de camisa o los pulverizados vaqueros. Ya conocimos las maneras de un Guerra embravecido vestido de pana enardeciendo pabellones atestados de gorras y el dedo en la nariz. No gracias. Reniega del sistema y su espina dorsal, basa sus argumentos en una especie de arcadia de la felicidad. Me evoca los discursos de Felipe González forrado de pana diciendo NO a la OTAN y que una vez acomodado en el gobierno se dio cuenta de que aquel No había sido una estúpida imprudencia porque en este mundo no estamos solos, y mucho menos España por mucho que se lo crean. En política territorial es más de lo mismo, ninguna diferencia con respecto a PP o PSOE, España es una e indivisible. Libertad para el Sahara o Palestina, pero Cataluña quietecita que está más mona. Pues no Sr. Iglesias, se ha equivocado de discurso y territorio. Nosotros hemos de decidir nuestro destino a solas, sin interferencias, sin salva patrias, sin abruptas intromisiones fugaces en el tiempo y el contenido. Y respetando nuestras instituciones que por algo son nuestras.


No ha sido un feliz año, que va, ha sido un año infeliz, cuajado de malas noticias y peores expectativas. Demasiada podredumbre para poder respirar con garantías de salud y tranquilidad de espíritu. Somos títeres protagonistas de un espectáculo auspiciado por sinvergüenzas, oportunistas, aprovechados y ladrones. A estas alturas del culebrón les he de confesar que ya me importa una higa todo cuanto pueda acontecer en este maloliente corral, demasiada porquería para digerir. Me siento incapacitado para desear feliz año nuevo a sabiendas de que hay millones de parados que me lo podrían recriminar y con razón. Para que luego venga un intruso con coleta a decirme lo qué hay que hacer! Pues no, haremos lo que Podamos para elegir nuestras preferencias, nosotros solitos, y, en su caso, olvidar este mal sueño que ya no es soportable de ninguna manera. Ni sostenible, claro. Qué todo les vaya tan bien como yo les deseo.

dijous, 18 de desembre del 2014

LA DEL BIKINI Y SAN JOSÉ

Yo diría que más qué una tradición, las fiestas de navidad han devenido en unos días de recogimiento, de hacer excepciones, de acordarte de quien ya no está, de convertir las casas en pequeños escaparates nevados de mentirijilla, de acordarte de los que sí están pero no te relacionas, de convertir las cocinas en centros de poder y los congeladores en la retaguardia para el abastecimiento de la tropa. La tradición ya no es otra cosa que puro marketing, bombardeo de publicidad para ablandar los bolsillos, regalo de objetos que no sirven para una mierda o que te regalen dos botellas de vino ensalzadas con lujosa palabrería de sensaciones afrutadas y que no se las bebe ni el perro. Afortunadamente los chiquillos son los grandes protagonistas de todos estos días. Su dulzura y candidez superan con creces cualquier tradición por mucho marketing que haya por medio, son substanciales, auténticos, leales, inocentes, alegres y buenos.

Hasta hace pocos años hacíamos un pesebre bastante aceptable, con los inefables detalles antagónicos como una pequeña grúa tras las montañas izando un carrito de alfalfa, un pequeño tren eléctrico cruzando la noche de papel azul y estrellada cerca del campamento de los pastorcillos o una bonita lancha blanca pilotada por una señora en bikini en un mar de papel de plata. Por no hablar de los borreguitos y gallinas más altas que los propios reyes magos. A sabiendas de que el mismísimo alcalde de Belén nos podría incoar expediente sancionador por gamberros urbanos y, tal vez, los ecologistas de bicicleta también podrían haber ordenado la suspensión y cierre de mi pesebre, más que nada por aquello del capitalismo feroz al ver al niño Jesús con camisetita de Ralph Lauren. Y lo del plan parcial, claro está.

Y un servidor que es gruñón de condición, me estremecía al ver aquel escenario tridimensional, electrificado,  irisado, pintado y embellecido, en estado de saqueo y expolio. Las lucecitas colgando de la grúa, los borreguitos encima de la tele, la señora en bikini sobre el turrón de Jijona o la camisetita de Jesusito dentro de un vaso de coca cola. Pongo voluntad y cariño con las criaturas pero es que a veces me desbordan. El año que encontré a San José, apoyado en su garrota, haciendo guardia en la casita del perro y al ángel de la guarda dormitando en mi zapatilla ya perdí la paciencia. Pero saben una cosa, ahora añoro aquellos años, no por el expolio del pesebre, ni por mis riñones triturados, tampoco porque la perrita hiciera amistad con San José o la ristra de lucecitas estuviera enrollada en la cabeza de la pequeña. Nada de eso, sino por aquellos ojitos chispeantes, las expresiones de sorpresa, las muecas de desconcierto o los gestos de contrariedad. Nada de todo lo contado debe influir a aquellos que tienen nietos pequeños. Los niños son el mejor regalo de la Navidad. Han pasado pocos años pero ya desfilan los cinco con su iPad a cuestas, pero tengo la misma devoción por ellos. Crecen y se aleja un poco la magia de la Navidad, pero el grato recuerdo perdura y, según como, dan más brillo a la reunión.

No estoy muy seguro pero pese a que algunos me atribuyan una cierta frialdad, creo que en el fondo soy un romántico. Sin exagerar, la vida, como tantas otras cosas, tiene dos caras, la antipática, cruel y dura y la que permite emocionarte ante la belleza, derramar alguna furtiva lágrima al oír algunas notas, compungirte por las líneas de algún relato o mudarte por un rato al silencio del bosque, a la sinuosidad de un incierto sendero que no sabes a donde lleva, solo sientes los fríos arañazos de la brisa en tu rostro. También todo ello tiene su pequeña parte de Navidad.


Con mis mejores deseos a todos por los días que se avecinan y para después, también.

dijous, 11 de desembre del 2014

COSAS DE PLUMA Y PATATAS

Sin que nadie te lo ordene, todos escogemos nuestras preferencias, los gustos que más nos satisfacen, los platos que nos sorprenden, la música que retuerce nuestros sentimientos, la belleza que turba nuestros maltrechos sentidos, en fin, las pequeñas cosas que realmente te hacen sentir a gusto por muy sencillas que sean. Vivimos a una velocidad estremecedora que lleva impresa una cruel etiqueta con fecha de caducidad. Y son muchas las veces en que se  nos hace imposible conciliar la realidad con nuestros sueños. Despierta ya, no sueñes! Los hijos, la hipoteca, aquel viaje que lleva toda una vida esperándote, el trabajo atado con un fino hilo a los latidos del corazón, la enfermedad de la que huyes de puntillas creyendo que la esquivas, el futuro del que solo ves su destello en negro. Lo que algunos agoreros llaman pomposamente, la vida.

Pero la vida es otra cosa, tan distinta como alegrarse cada día de la salida del sol, del vuelo de las aves, de unas lágrimas surgidas de lo más hondo del corazón, la sonrisa de un niño o su dulce mirada preñada de inocencia, nada es más vital que la candidez e ingenuidad de los niños. A estas alturas del recorrido yo ya no sé si será constitucional o no, como dicen las voces de la intolerancia y el negativismo esperpéntico, pero déjenme decirles que yo amo la vida en toda su dimensión, sin peros, sin malos augurios, lejos del conformismo y la resignación del que todo lo da por perdido, del que niega la majestuosidad y el silencio de un frondoso bosque, del río que serpentea entre valles, de la niebla que esconde las cuencas, del humo que exhala una vieja chimenea. Esto es vida, no naturaleza muerta como dirían los frustrados y los fracasados.  

No me pregunten el por qué, pero siempre he sido un enamorado de la escritura cincelada con pluma. El placer de garabatear un folio en blanco con pluma es semejante a tomarse un whisky en un vaso o en una copa de balón. El plumín recorre el blanco lienzo al compás de tu mano, acariciando el papel o raspando suavemente los gorgoritos de tu firma. Se deja envolver entre el pulgar, el índice y el corazón como si del brazo de una mujer se tratara. La llevo encima pero poco la uso ya. Los tiempos han cambiado, las prendas de vestir también y las costumbres campan por sus respetos. Además, ya se ha bifurcado el camino y he tomado el que apenas hay sobresaltos ni mesas en donde escribir. A lo sumo anotaciones que sobrecogen y ruborizan al leerlas, por ejemplo: Miércoles, subir a Prades a buscar patatas, 17’30 h. controlar nivel depósito gasoil. Poca y humilde cosa es, no hay citas, apenas tres nombres en uso de la inacabable agenda, mañana comemos juntos no existe, resérvame un vuelo para…ningún día, mandar unas flores a nadie, Alerta, felicitaciones Navidad. Qué horror, ni las patatas desenfundan la estilográfica, quedan fríamente colgadas en una pantalla de colores sin redondeados trazos ni tacto amoroso, sin la ternura de unos dedos moldeando el vals de las letras sobre el blanco papel.


Siempre me ha gustado mandar y recibir felicitaciones en Navidad. Llenaba las paredes del recibidor con todas ellas puestas en pie, como si fueran fotos de familiares y amigos compartiendo los días de fiesta cerrados a cal y canto. En la intimidad atestada de buenos deseos y larga vida. Soñando que todos juntos miraríamos el jardín nevado entre risas y corchos liberados de su jaula de cristal. Las felicitaciones nunca después del día 12, no pueden llegar tarde, nada de pesebres ni rollizos niños entre José y María, solo bellas imágenes de Caravaggio o Botticelli, excepto un año en que mi desbordada pasión por la ópera me hizo remitir estampas de Paris nevando de un cuadro de La Boheme. Pero ya no hay la afanosa caligrafía deseando los mejores augurios con tinta negra. Basta con teclear un gélido “Felices fiestas” y pulsar la tecla de grupo para que 250 personas reciban al momento el escuálido deseo. Ahora mismo me hago una nota, escrita con pluma, en la que dice:”No olvidar felicitar a todos mis amigos del Tren de Llarg Recorregut”. Y eso es lo que hago con el mayor agradecimiento y pluma en mano.  


dijous, 4 de desembre del 2014

ALCOHOL, EXCESOS Y EXCENTRICIDADES

Gerard Depardieu ha vuelto a llamar la atención esta semana en Bruselas. Nadie puede dudar de la categoría profesional de este actor francés que ha atiborrado la pantalla con incontables y soberbias actuaciones. Excéntrico como tantos, a los que no les basta que la gente los adore, necesitan destacar todavía más para dejar su impronta de niños malos y traviesos y, en muchos casos, presentarse como defensores de la injusticia y los desfavorecidos, o adalid de causas perdidas. Aunque no resulta del todo difícil hacer repicar las campanas de la revolución cuando se tienen las espaldas bien protegidas y el riñón a cubierto. Depardieu se exilió a finales de 2012, en protesta por los elevados impuestos que pagaba en Francia, a la república rusa de Mordovia. Como argumento reprueba que cada año tenga de pagar un 75% de sus ganancias al fisco. Es trabajo ganado y acumulado, dice, durante toda una vida de esfuerzos. Lo de qué quien más tiene más paga puede acercarse en determinados casos a una fría y estúpida injusticia. En todo caso que paguen las fortunas heredadas, inmovilizadas, improductivas y que dan lustre a las esperpénticas y grotescas vidas de un montón de holgazanes que, en ocasiones, pretenden incluso dar algún tipo de ejemplo. Yo soy de la opinión del francés.

Siguiendo los pasos de su ex conciudadana, Edith Piaf,  el actor creo que también nació con una botella bajo el brazo. Y no es extraño porque uno de sus negocios más florecientes es la producción de grandes caldos embotellados. Una finca de 30 Ha. en el Valle del Loira le proporcionan más de medio millón de botellas al año de vino de reconocida y acreditada  calidad. No ha escondido nunca su afición por el tintorro, como productor y consumidor. Es un bebedor empedernido y tiene un pasado y presente colmado de accidentes de tráfico y excesos, como presentarse en actos públicos con una pea como un piano. Dice el propio Obélix que bebe cuando se aburre y no hay duda alguna de que se aburre con una frecuencia inusitada. Y cuando le entra ese sopor del aburrimiento puede llegar a consumir 14 botellas de alcohol, según sus palabras "Empiezo en casa, con champán o vino tinto antes de las 10.00.Después más champán, luego pastis (anís francés), quizá media botella. Después la comida, acompañada de dos botellas de vino. Por la tarde, champán, cerveza y otra vez pastis hacia las 17.00 para terminar la botella. Más tarde, vodka y/o whisky".


Esa desmedida pasión por empinar el codo le ha llevado también a ser adicto a hospitales y clínicas. Ha padecido varias operaciones a corazón abierto, lleva cinco bypass y como quien no quiere la cosa patea un hígado que no es el suyo, es prestado. Con su propia avioneta realizó un aterrizaje en Madrid, 1996, colisionando con un Boeing-727 del que salió indemne y con una trompa de gran altura. Hoy, el Depardieu que vive en Rusia pero no se le encuentra nunca, presenta una imagen desoladora. No hay balanza que se la juegue con él, sobrepasado de quilos, con esa enorme nariz fálica  y la punta rosada, la enorme cabeza pegada al tronco, ya no tiene cuello, y unos movimientos más propios de un elefante, viene a ser como una caricatura de lo que fue y, en cierto modo, como la crónica de una muerte anunciada, aunque sinceramente le deseo una larga vida. Espectáculos como el del pasado domingo en Bruselas donde se conmemoraba la I Guerra Mundial, en que tuvieron de retirarlo del escenario sentado en su silla y con una espeluznante borrachera, posiblemente se repita a no tardar. Ahora bien, asumir acciones de riesgo o zamparse 14 botellas de alcohol en un día no creo que se propaguen mucho más. Hasta para un brujo de la escena como ha sido Gerard Depardieu, todo tiene un límite, y el cuerpo también lo tiene. ¡Larga vida para el gran Cyrano de Bergerac!