dijous, 16 d’octubre del 2014

THE RIVER COFFEE

Pese a haber sido una semana rica en sobresaltos, renuncias, rectificaciones y sorpresas, me he tomado las cosas con cierta tranquilidad, incluso diría que con burlona parsimonia. A lo hecho, pecho. El lunes estuve en la metrópolis por asuntos de galenos, los dichosos y necesarios controles de la maquinaria interna en aras a poder presumir de una correcta lubricación de los viejos anclajes y motores que te mantienen en pie. Parece que por el momento todo funciona, algunos pedazos mejor que otros, pero estamos en ello. En estos casos me tomo tiempo, pasé el resto de la mañana en un conocido centro comercial en donde la música, la informática, los libros y la imagen reinan en un majestuoso espacio de silencio, tenue luz y una oferta inabordable. Cuando los pies comenzaron a dar síntomas de cabreo más que de enojo, enfilé hacia el apartado de música clásica y ópera para dar un vistazo general en busca de algo atractivo y sugerente y que, evidentemente, no figurara ya en mi voluminosa colección de divos y divas. Nada nuevo bajo el sol, excepto unos grandes expositores con cientos de compactos jubilados y a precio de hierro colado. Después de revolver un ratito me apoderé de dos joyas editadas Dios sabe cuando: una magnífica colección  de Tony Bennett & Count Basie y otra joya de la corona enmohecida por el tiempo, Duke Ellington. Ambas de 1959 y reeditadas recientemente. Es posible que haya sido el primero y último en comprar sendas maravillas pero, eso sí, pasé por caja más contento que unas pascuas. Bueno, bonito y barato, ya saben. A la hora concertada me encontré con mi mujer que andaba por las suyas de tienda en tienda. Después de hola, dijo ya has comprado tus rollos de siempre? Adolece de insensibilidad musical, y eso que no se trataba de ópera que tan enferma la pone. En una ocasión compré también a precio de hierro los 50 mejores éxitos de Mario Lanza y poco más y los tira por la ventanilla del coche, mientras yo me deleitaba con el americano, recordando mi niñez.

Hablando de música, el viernes vuelvo a Barcelona, pero en esta ocasión por motivos más espirituales, casi sensuales. Si por mi fuera pondría a la entrada del Liceu una pila de agua bendita para santiguarse al acceder al santo templo de la lírica. Hace tantos años que lo visito y no ha decrecido la ilusión y emoción que me produce asistir a la representación del drama por excelencia. Existe un arte que pulverice tanto los sentidos y la sensibilidad como la ópera? Para mi no. Ni se las veces que he visto La Traviata, pero tampoco le voy a dar la espalda a esta. Ayer fue el estreno y dejé que los vip se hicieran la foto de rigor, el viernes será más tranquilo. Creo que la que más me ha impactado con los devaneos de Violeta  y los sufrimientos de Alfredo, fue en el Met novayorkes, actuó Pavarotti, mi padrino musical, y Freni. Sin palabras. Recuerdo que mi mujer marchó con unos amigos a ver la estatua de La Libertad de noche. Desde entonces ya me ha  acompañado siempre y, naturalmente, sigue sin gustarle la ópera, aunque he de reconocer que cada vez le presta más atención. Les llovió en la mini travesía hasta la isla, pero luego pagué yo el pato. Al día siguiente la llevé a cenar a The River Cofee y ya quedamos amigos para siempre. Si, sin duda fue la mejor Traviata que he visto nunca.

Para mi Puccini y Verdi son los padres, las madres y los abuelos del romanticismo operístico, sin embargo yo pierdo aceite –sin equívocos- por Puccini. Tanto que el pasado mes de julio fui a rendirle mi granito de admiración y devoción hasta su casa de Lucca, hoy museo.  

Y qué es de los políticos? Que les den, que les den tila.