dissabte, 25 d’octubre del 2014

COMPASIÓN, POR QUÉ?

Los maestros del terror hoy en día no son ni Drácula, ni Frankenstein, ni siquiera el afamado festival internacional de Sitges de terror. Hoy el mayor espectáculo terrorífico, cruel y bárbaro es representado por los gihadistas del Estado Islámico (EI). Son maestros de la propaganda y el márketing bañado de horror y sangre en nombre de la versión más radical de la xaria (ley islámica). Se aprestan a colgar en You tube imágenes escalofriantes y escabrosas de sus degüellos a inocentes. Que ni aun siendo culpables serían de recibo. El fanatismo religioso puede llegar a ser macabro y vomitivo. Se jactan de sus sangrientas fechorías en imágenes impactantes donde se puede apreciar la pasiva resignación del espanto en la cara de la oveja a degollar. Las víctimas son escogidas al azar en secuestros selectivos en donde lo único importante es cazar al desprevenido, sea periodista, turista, o trabajador en tierra extraña.

Pese a ser repudiada por el establishment del momento, se va cumpliendo con pulcra exactitud, con organizada diáspora, la profecía anunciada y defendida por Oriana Fallaci, de que Occidente sería invadido por el extremismo islamista sin guerras ni tiros, poco a poco, precavidos y silentes, organizados, sin prisas y aletargados. Su objetivo es diáfano y declarado, se trata de hacer retroceder la civilización occidental diez siglos. Todo ello en nombre de Alá, y esto es impúdicamente falso porque el mundo islámico no es terrorista ni mucho menos, solo son una facción, un numeroso grupúsculo preñado de maldad que se nutre de verdugos sin patria ni ley, provenientes de los cuatro puntos cardinales. Creo que ni el nazismo más exacerbado les llegaba a la suela de los zapatos a esta lacra universal. Siempre que la televisión ofrece imágenes de jóvenes destrozando aparadores y mobiliario urbano, cubiertos con una Kufiyya blanca y cuadros negros, pienso en lo confuso y extraño uso de los símbolos y las ideas.

Esta semana EI nos ha provocado asfixiantes arcadas con la grabación de una ejecución en masa. Se reproduce con gran detalle y lúgubre ortodoxia el cruel asesinato de una mujer. Su enorme crimen y pecado: ser adúltera! Que repugnante hipocresía, qué maldad puede existir que alimente mentes tan perversas como para dar muerte a alguien separándole la cabeza del cuerpo, retorcer sus vertebras mientras le estallan sus ojos de horror y dolor en el nombre de una ley inhumana dictada por los humanos.
La adúltera es una mujer joven cubierta con un velo negro a la que se acerca un barbudo con ropa militar y le explica que será lapidada hasta la muerte por haber cometido un adulterio. “El castigo es el resultado de una acción que tú has cometido. “Nadie te obligó, así que has de aceptar la ley de Dios”. La mujer asiente y suplica a su padre que la perdone, “No me llames padre. Mi corazón no me deja, no puedo perdonarte”. Los barbudos repiten se reunirá con Dios y tendría de estar feliz”. El padre ata una cuerda a sus brazos y cintura, la introduce en un agujero en el suelo que cubre hasta su cintura, se une al grupo y la apedrean hasta la muerte.


Se reunirá con Dios! Pero qué Dios? Acaso la humanidad nos ha enseñado que puede haber un Dios asesino, un monstruo, un exterminador, un verdugo? Derechos Humanos, libertad, democracia, el perdón, la compasión, el amor, el respeto, la justicia, todo ello no son más que palabras? Es posible que haya lugares donde no merezca la pena vivir? Pues sí, pero para muchas criaturas es vivir en un sinvivir. Ignoro que nos depara el futuro, pero mientras subsistan creencias y actos como este, más de uno se acabará preguntando si vale la pena según el qué.

dijous, 16 d’octubre del 2014

THE RIVER COFFEE

Pese a haber sido una semana rica en sobresaltos, renuncias, rectificaciones y sorpresas, me he tomado las cosas con cierta tranquilidad, incluso diría que con burlona parsimonia. A lo hecho, pecho. El lunes estuve en la metrópolis por asuntos de galenos, los dichosos y necesarios controles de la maquinaria interna en aras a poder presumir de una correcta lubricación de los viejos anclajes y motores que te mantienen en pie. Parece que por el momento todo funciona, algunos pedazos mejor que otros, pero estamos en ello. En estos casos me tomo tiempo, pasé el resto de la mañana en un conocido centro comercial en donde la música, la informática, los libros y la imagen reinan en un majestuoso espacio de silencio, tenue luz y una oferta inabordable. Cuando los pies comenzaron a dar síntomas de cabreo más que de enojo, enfilé hacia el apartado de música clásica y ópera para dar un vistazo general en busca de algo atractivo y sugerente y que, evidentemente, no figurara ya en mi voluminosa colección de divos y divas. Nada nuevo bajo el sol, excepto unos grandes expositores con cientos de compactos jubilados y a precio de hierro colado. Después de revolver un ratito me apoderé de dos joyas editadas Dios sabe cuando: una magnífica colección  de Tony Bennett & Count Basie y otra joya de la corona enmohecida por el tiempo, Duke Ellington. Ambas de 1959 y reeditadas recientemente. Es posible que haya sido el primero y último en comprar sendas maravillas pero, eso sí, pasé por caja más contento que unas pascuas. Bueno, bonito y barato, ya saben. A la hora concertada me encontré con mi mujer que andaba por las suyas de tienda en tienda. Después de hola, dijo ya has comprado tus rollos de siempre? Adolece de insensibilidad musical, y eso que no se trataba de ópera que tan enferma la pone. En una ocasión compré también a precio de hierro los 50 mejores éxitos de Mario Lanza y poco más y los tira por la ventanilla del coche, mientras yo me deleitaba con el americano, recordando mi niñez.

Hablando de música, el viernes vuelvo a Barcelona, pero en esta ocasión por motivos más espirituales, casi sensuales. Si por mi fuera pondría a la entrada del Liceu una pila de agua bendita para santiguarse al acceder al santo templo de la lírica. Hace tantos años que lo visito y no ha decrecido la ilusión y emoción que me produce asistir a la representación del drama por excelencia. Existe un arte que pulverice tanto los sentidos y la sensibilidad como la ópera? Para mi no. Ni se las veces que he visto La Traviata, pero tampoco le voy a dar la espalda a esta. Ayer fue el estreno y dejé que los vip se hicieran la foto de rigor, el viernes será más tranquilo. Creo que la que más me ha impactado con los devaneos de Violeta  y los sufrimientos de Alfredo, fue en el Met novayorkes, actuó Pavarotti, mi padrino musical, y Freni. Sin palabras. Recuerdo que mi mujer marchó con unos amigos a ver la estatua de La Libertad de noche. Desde entonces ya me ha  acompañado siempre y, naturalmente, sigue sin gustarle la ópera, aunque he de reconocer que cada vez le presta más atención. Les llovió en la mini travesía hasta la isla, pero luego pagué yo el pato. Al día siguiente la llevé a cenar a The River Cofee y ya quedamos amigos para siempre. Si, sin duda fue la mejor Traviata que he visto nunca.

Para mi Puccini y Verdi son los padres, las madres y los abuelos del romanticismo operístico, sin embargo yo pierdo aceite –sin equívocos- por Puccini. Tanto que el pasado mes de julio fui a rendirle mi granito de admiración y devoción hasta su casa de Lucca, hoy museo.  

Y qué es de los políticos? Que les den, que les den tila.

diumenge, 12 d’octubre del 2014

INEPTITUD y RESPONSABILIDAD

No todo han de ser preocupaciones, también hay que intentar de vez en cuando satisfacer algún deseo, dar rienda suelta a esos caprichos que duermen en la recámara de nuestros sueños. La cansina rutina de la cotidianidad hay ocasiones en que llega a aburrir, a desmotivar incluso. Pese a que en ciertos momentos podamos estar abrumados o inquietos por factores externos u obligados y sintamos la imperiosa necesidad de reencontrarnos con la bendita rutina, sin sobresaltos. Corren tiempos extraños, cunde la inseguridad en muchos aspectos, la gente siente incertezas, teme por lo conseguido y desconfía del que todavía está por llegar. Los políticos, no la política, han contribuido en gran medida a crear este ambiente de desazón y desconfianza, alarma y miedos enrarecidos.

De no arreglarse las cosas me temo qué más pronto que tarde se produzca un estallido social y, a la fuerza, se inviertan los términos. Las soluciones vendrán dadas de abajo a arriba y no al revés. El político ha fracasado en su intento de enrocarse en su reino de Taifas para dar rienda suelta a sus egoísmos y al desmesurado afán por llenarse los bolsillos de manera impúdica, olvidando y menospreciando que su cargo o posición dentro del organigrama de la sociedad le faculta tan solo a estar al servicio de la sociedad y no a la inversa. Y cuando digo que ha fracasado me estoy refiriendo a partir de… por las previsibles reacciones sociales en forma de futuros sufragios. Los que han esquilmado las arcas hasta este punto ya nadie les va a quitar lo bailado. Y no son valses precisamente.

España ha alcanzado el dudoso mérito de ser uno de los países más corruptos del mundo. Después de tres décadas de su implantación, la palabra democracia sigue siendo una entelequia para una gran parte del colectivo con mando y nómina, y para una nada despreciable capa de la sociedad civil. El individualismo se sobrepone a lo colectivo y se pasa de puntillas por una democracia que se cree exigible a los demás pero no a uno mismo. Corrupción también es inhibirse de las responsabilidades derivadas de tus obligaciones, que en democracia suelen afrontarse con la dimisión en el cargo. Aquí la palabra dimisión se borró del diccionario hace ya una eternidad.

Teresa Romero ha sido víctima no solo de una terrible enfermedad y de una cadena de despropósitos, sino que para más inri ha sido vilipendiada por Javier Rodriguez, responsable máximo de la sanidad madrileña. El consejero de sanidad ha tratado con desdén a Teresa y la ha inculpado de la crisis sanitaria por el caso Ébola. Si se muere, ella tendrá la culpa para este impresentable. Y a su pobre perro no le han concedido ni el beneficio de la cuarentena, lo han eliminado en un absurdo gesto de cara a la galería. Pedro Sánchez, flamante, prescindible y previsible, secretario general del PSOE, provoca la hilaridad de la población al sugerir que las fallecidas por maltrato de género reciban un funeral de estado. Pólvora mojada. Monago se erige por propios méritos en chupador de sangre catalana, que tanto odia. Rajoy dice que los presupuestos “son buenos para Catalunya”, malabarismo hipócrita. Ana Mato es ministra de algo que desconoce ni sabe explicar. Susana Díaz dice que ella garantizará la igualdad de España, eso si, seguirá chupando del bote. El Constitucional español es motivo de risa para el New York Times, un desconocido, claro. Mónica Oriol se decanta por no contratar mujeres en edad fértil, podrían quedar embarazadas, si no es más tonta es porque no entrena. Y así sucesivamente, sin solución de continuidad. Por escabroso, mal intencionado, por ineptitud, por prepotencia o despotismo, aquí no dimite ni la madre que lo parió. Tampoco tenemos partidos políticos en su acepción anglosajona, tenemos dos mastodónticas organizaciones de amigos para lo que haga falta, o sea, quítate tú que me pongo yo.


A lo dicho, hora de endilgarse una cervecita fresca y observar como la brisa mece los almendros al paso de los tractores cargados de uva, no de mala uva. 

dijous, 2 d’octubre del 2014

SCHIPHOL


En un viaje a Ámsterdam, el primero, me quedé sorprendido en Central Station al apreciar la perfección con la que se rigen los holandeses para funcionar como colectividad, como ciudadanos de un país que ha crecido al amparo de la democracia. Desde 1848 existe la democracia parlamentaria, lo que supone que toda la población no conoce otro sistema de gobierno. Con ello no quiero dar por entendido que sean perfectos, entre otras cosas porque la perfección no existe. Pero cuando pretendes establecer alguna comparación con lo que tenemos aquí la decepción es mayúscula. Percibes que nos queda un camino tan largo por recorrer que se pierde en el horizonte.

Schiphol es el aeropuerto, a quince kmts de la ciudad, el quinto de Europa en volumen de pasajeros y el tercero en vuelos internacionales. Tiene unas dimensiones realmente apabullantes, todavía me duelen las pantorrillas de arrastrar la maleta en busca de la salida. En el subsuelo se ubica una estación de ferrocarriles que no solo dan servicio a Ámsterdam sino a cualquier ciudad del país. Las indicaciones se expresan con claridad y la rotulación no da margen para el error. Toda Holanda se halla claveteada de señalizaciones sencillas pero eficientes que facilitan el desplazamiento de las multitudes y la tranquilidad de los visitantes, factor quizá menor pero de gran trascendencia. En los grandes enclaves de comunicación como puede ser Station Central, mezclados con la multitud hay empleados del gobierno sin distintivo alguno, excepto sus gorras rojas que los hacen visibles a distancia y cuya misión es informar o responder a las dudas del viajero. Además del neerlandés y el inglés suelen hablar alguna lengua adicional.

Los Países Bajos se libraron del yugo español en el año 1648, después de la guerra de los ochenta años, hartos de saqueos, matanzas y expolios, tan propios de las ansias de expansionismo de la España de entonces, en donde no se ponía el sol, pero no por su enorme expansión sino por estar permanentemente cubiertas de sangre y tiranía. Si España no se ha reconciliado de facto con muchos países europeos, que no pueden ni verla, es precisamente por ese regusto que ha impregnado la historia de salvajismo y prepotencia. Lo mismo puede decirse del continente sudamericano, del que dicen ser la madre patria, pero basta preguntar a cualquier sudamericano por la madre patria para que salga corriendo. Espada y crucifijo fueron sus emblemas de conquista, conquistas a granel de las que hoy quedan apenas cuatro cocoteros en alguna parte. Es hoy, con corbata y gorra de plato, que subsiste esta permanente predisposición a la bronca, la amenaza y el duro autoritarismo. Vencida la segunda guerra mundial, obra de un atroz iluminado, Europa se entregó en cuerpo y alma a la reconstrucción y el progreso. España, concluida la guerra civil, obra de un fascista proclive a las sentencias de muerte, se entregó con esmero a la implantación de una larga y sangrante dictadura. Hoy han pasado los años y aquellos que se escondieron bajo las siglas de Alianza Popular siguen gobernando y mandando con otras siglas parecidas.

Ámsterdam es una ciudad de gran bullicio, en parte debido al ingente turismo, con canales por todas partes que embellecen la ciudad y a la vez le dan un aire de tristeza al recordarla bajo la ocupación nazi. Sin ir más lejos me produjo cierta desazón visitar la casa de Ana Frank, en una ancha avenida, Prinsengracht, cortada por un bello canal y pequeñas embarcaciones amarradas a la orilla. Por un momento me ofusqué y me parecía ver y oír los gritos de las patrullas germanas pateando puertas y secuestrando inocentes. En fin, un mar de pacientes bicicletas me devolvió a la realidad.

La playa de Volendam, a pocos kmts al norte de Amsterdam, respira un ambiente de paz y sosiego con la mirada puesta en el horizonte del Mar del Norte. Aguas profundas y oscuras. En su bella fachada marítima de casitas pintadas de colores, tomé asiento entre una tienda de olorosos quesos y otra de zuecos, el sol calentaba pero a medio gas. Rodeado de vieja y pulcra madera me preguntaba porque es tan difícil vivir sin ataduras, sin prejuicios, sin molestar a nadie ni ser molestado, sin tener que pedir permiso para todo. Vivir nuestra vida y anhelos sin tener que pedir perdón por ello.