Cerrar maletas y salir pitando no ha sido tarea difícil, otra cosa son la cantidad de
trastos adicionales que hay que cargar y encima que te llamen gruñón. Allá han
quedado la brisa, el mar, la bicicleta, la arena, las lubinas al horno, y los
gratos recuerdos de un año más, y uno menos, tomando liquidas notas de todo
cuanto estos reparados ojos han sido capaces de captar. No es nada espinoso, al
contrario, únicamente has de hacer tu vida y ser sensible a todo cuanto te
rodea en todo momento, y eso incluye a la legión de soplagaitas que abundan más
que el picor de almorranas. Porque seamos real y cruelmente sinceros, pululan
desde Port-Bou hasta las Casas de Alcanar tal cantidad de homo cursis y florecitas
con pareo, que salpican el paisaje con nubecitas de tontera y perfume de quiero
y no puedo. Pero tampoco es nada nuevo, las auto exigencias de aparentar lo que
no se es, desgraciadamente, es algo común y en muchos casos congénito. Por qué
nos cuesta tanto aceptar el papel que nos ha tocado representar en este valle? Y
si no que se lo pregunten a los cientos
de coches que han sido devueltos a su lugar de origen, a las segundas
residencias fagocitadas por los inmisericordes poderes financieros, o los espurios
cruceros navales impagados en cómodos plazos. Por no hablar de aquel que está capacitado
para sestear quince días, pongamos en Falset, y se larga dos semanas a las Seychelles
con sus bonitas bermudas made in China y un montón de deudas en la mochila.
Hemos sido triturados todos por la tercera guerra mundial en la que se han
cambiado las balas por el apocalipsis financiero dejando al descubierto más
cadáveres que en la convencional. Y el balance es desolador para millones de
personas. Si a eso le sumamos la irresponsabilidad e inacción de algunos
gobernantes que les preocupa más el peso de sus bolsillos que las penurias de
sus administrados, entonces la hecatombe ya está servida. Razones más que
suficientes para que todos seamos conscientes de nuestras limitaciones y
sepamos tomar las decisiones y escoger las opciones idóneas, para no añadir más
dramas a las tragedias individuales porque fulanito va, tiene, viaja, come o
conduce lo que en conciencia uno no puede permitirse.
Le di una propina de fin de ciclo a Joaquín, el
camarero del náutico. Es una buena persona pero poco dotada para el trato con
el público, apenas habla y se expresa con muecas o encogiendo los hombros. Se
esfuerza pero la timidez le traiciona, ha aprendido a decir; Bon dia, como vurgui, hi han nuvus, li
limpiu la taula. Me dijo que en quince días le vencía el contrato de
temporada y que regresaría a su pueblo, sin otro estímulo a la vista que el de
poder estar con la familia. Me sentí incomodo y contrariado y le estreché la
mano al marchar. Bajo las olas de blanca espuma, las frituras de pescado
congelado, el te gusta mi coche nuevo o el acabamos de llegar del país de los
tulipanes, se esconde una tragicomedia monumental de la que no podemos
sentirnos ajenos.
Al doblar la suave y cerrada curva en la que aparece
el “Skyline” de mi redil siempre exclamo; por fin, Nueva York!! Antes se reían mis acompañantes pero ahora son
ellos los que anuncian: atención que estamos llegando a Nueva York! Es un lugar
pequeño, de poco ajetreo y buena gente. Mañana se celebra la fiesta de la vendimia
y pasado quien sabe. En los lugares pequeños la mejor noticia es que no haya
noticia, ya hay quien se ocupa de amargar la vida al prójimo. Las largas
hileras de los viñedos apuntan al horizonte con las pampas en perfecto estado
de verde revista, está atardeciendo y los muros del monasterio proyectan la
rectilínea sombra en la que buscan refugio aves y rastreadores de cien patas,
mientras en el lado opuesto las milenarias piedras ya han adoptado ese divino
tono de manzana al horno. Qué lejos queda ya la blanca melodía de las olas.