Esta semana el sol ya empieza a hacer estragos, a mostrarse tal y como las
gasta en verano. Aquí en la playa me convierto en el intendente de la casa, la
proveo de todo lo necesario para poder vivir y comer sin sobresaltos, excepto
de verduras y pescado que compete a mi mujer. Cuando habitamos aquí la carne
queda prácticamente extinguida, por órdenes concisas de mi mujer solo se
consume pescado. Yo asumo el mandato porque en caso de no asumirlo me quedaría
como estoy. El resto del año en casa, en casa de verdad, sigo ocupándome una
vez por semana de proveer de bebidas, limpieza, aseo, tabaco, helados y
tropecientas latas de refresco para cuando vienen las cinco fierecillas. Toda
mi familia y la mayoría de gente con la que me cruzo visten ya la piel de
moreno fashion y tez tostada, excepto yo que me exhibo con un blanco pálido
modelo Pekin. Y que conste que todavía no he sacado del armario mi chambergo
Panamá, que es un amor de sombrero. Eso sí, mi colección de gorras no da el abasto.
Desde hace años que colecciono gorras de todas las ciudades y países que
visito, tanto es así que tuve que acudir a Ikea a comprarme un par de
artilugios en los que se acomodan ordenadas y limpias. Las manos, antebrazos y
medio brazo los tengo negros de sujetar el manillar de la bicicleta pero la
cara, ya digo, cera de oriente.
Ya he repuesto el candado de la bicicleta que se había averiado. Este no va
con numeración sino con llave, dicen que es más efectivo. Alguna precaución
habrá que tomar ante tanto chorizo. En Amsterdam hay más bicicletas que
personas y desaparecen muy pocas. Claro que el grado de civilidad de allí no es
comparable al sofrito de estos lares. Esta tarde se celebra la procesión en el
mar, antes no me perdía una, pero me he vuelto muy estoico y cómodo. La cofradía
de pescadores saca a su virgen del Carmen por el puerto y la multitud le echa
flores. La flota pesquera de Cambrils es de mucho peso, importante, y además
nutre mi mesa a diario, factor a tener en cuenta pese a mi inicial resistencia.
Hoy he presenciado una escena que desgraciadamente se repite con demasiada
frecuencia: los muchachos de la Cruz Roja reanimando a un hombre en trance de
ahogo. Lo han recuperado del agua y tendido boca arriba, se han ido turnando en
practicarle el boca a boca y las presiones al pecho de manera acompasada
contando del uno al diez. Han sudado la gota gorda pero lo han logrado, en el
momento que llegaba la ambulancia ya expulsaba agua con la cabeza ladeada en la
arena. Un diez para esta gente que salva vidas y vigila las imprudencias de los
borregos de costumbre. La terraza del club estaba vacía hoy, o sea, como a mi
me gusta. Consumía el segundo café cuando tomaba estas notas y vigilaba de
cerca el sol que no invadiera mi zona de relax y mucho menos la gorra. Paso
olímpicamente de sufrimientos masoquistas para poder parecerme al negro zumbón.
La tónica no estaba suficientemente fría, observación que le he hecho al
camarero.
Desde mi castillo de proa adaptado a las circunstancias, observo como el
mar está necesitado urgentemente de unas gafas de sol. En el horizonte se
funden los rayos solares con la inmensidad del mar proyectando un abanico de
cristal líquido que impacta sobre mis operados ojos. El bullicio en la arena,
aun no siendo el de agosto, ya despliega en todo su esplendor las cabronadas
propias del tiempo, ya saben: juegos con pelotita en la orilla, parasoles de
supermercado Pepe, triperos con lata de cerveza en mano, adefesios sacando
pecho arriba y abajo, angelitos pisando toalla ajena, chiringuitos sirviendo
mojitos a doscientos grados bajo el toldo y almejas a la marinera a precio de
lubina. Regreso a casa con mi súper bicicleta full equip fashion batery, no me la han sustraído. El candado
cumple, mañana será otro día.
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