divendres, 18 de juliol del 2014

CRONICAS EN TINTA AZUL (III)

Esta semana el sol ya empieza a hacer estragos, a mostrarse tal y como las gasta en verano. Aquí en la playa me convierto en el intendente de la casa, la proveo de todo lo necesario para poder vivir y comer sin sobresaltos, excepto de verduras y pescado que compete a mi mujer. Cuando habitamos aquí la carne queda prácticamente extinguida, por órdenes concisas de mi mujer solo se consume pescado. Yo asumo el mandato porque en caso de no asumirlo me quedaría como estoy. El resto del año en casa, en casa de verdad, sigo ocupándome una vez por semana de proveer de bebidas, limpieza, aseo, tabaco, helados y tropecientas latas de refresco para cuando vienen las cinco fierecillas. Toda mi familia y la mayoría de gente con la que me cruzo visten ya la piel de moreno fashion y tez tostada, excepto yo que me exhibo con un blanco pálido modelo Pekin. Y que conste que todavía no he sacado del armario mi chambergo Panamá, que es un amor de sombrero. Eso sí, mi colección de gorras no da el abasto. Desde hace años que colecciono gorras de todas las ciudades y países que visito, tanto es así que tuve que acudir a Ikea a comprarme un par de artilugios en los que se acomodan ordenadas y limpias. Las manos, antebrazos y medio brazo los tengo negros de sujetar el manillar de la bicicleta pero la cara, ya digo, cera de oriente.  

Ya he repuesto el candado de la bicicleta que se había averiado. Este no va con numeración sino con llave, dicen que es más efectivo. Alguna precaución habrá que tomar ante tanto chorizo. En Amsterdam hay más bicicletas que personas y desaparecen muy pocas. Claro que el grado de civilidad de allí no es comparable al sofrito de estos lares. Esta tarde se celebra la procesión en el mar, antes no me perdía una, pero me he vuelto muy estoico y cómodo. La cofradía de pescadores saca a su virgen del Carmen por el puerto y la multitud le echa flores. La flota pesquera de Cambrils es de mucho peso, importante, y además nutre mi mesa a diario, factor a tener en cuenta pese a mi inicial resistencia.

Hoy he presenciado una escena que desgraciadamente se repite con demasiada frecuencia: los muchachos de la Cruz Roja reanimando a un hombre en trance de ahogo. Lo han recuperado del agua y tendido boca arriba, se han ido turnando en practicarle el boca a boca y las presiones al pecho de manera acompasada contando del uno al diez. Han sudado la gota gorda pero lo han logrado, en el momento que llegaba la ambulancia ya expulsaba agua con la cabeza ladeada en la arena. Un diez para esta gente que salva vidas y vigila las imprudencias de los borregos de costumbre. La terraza del club estaba vacía hoy, o sea, como a mi me gusta. Consumía el segundo café cuando tomaba estas notas y vigilaba de cerca el sol que no invadiera mi zona de relax y mucho menos la gorra. Paso olímpicamente de sufrimientos masoquistas para poder parecerme al negro zumbón. La tónica no estaba suficientemente fría, observación que le he hecho al camarero.


Desde mi castillo de proa adaptado a las circunstancias, observo como el mar está necesitado urgentemente de unas gafas de sol. En el horizonte se funden los rayos solares con la inmensidad del mar proyectando un abanico de cristal líquido que impacta sobre mis operados ojos. El bullicio en la arena, aun no siendo el de agosto, ya despliega en todo su esplendor las cabronadas propias del tiempo, ya saben: juegos con pelotita en la orilla, parasoles de supermercado Pepe, triperos con lata de cerveza en mano, adefesios sacando pecho arriba y abajo, angelitos pisando toalla ajena, chiringuitos sirviendo mojitos a doscientos grados bajo el toldo y almejas a la marinera a precio de lubina. Regreso a casa con mi súper bicicleta full equip fashion batery, no me la han sustraído. El candado cumple, mañana será otro día.