diumenge, 27 de juliol del 2014

CRONICAS EN TINTA AZUL (IV)

He salido pronto, la bicicleta sorteaba entre fintas y frenazos  las palmeras bostezando. El sol se desperezaba en el horizonte y el mar era un reflejo plateado e inmóvil que inducía al baño, a envolverse de seda líquida y azul. La intendencia todavía no había suministrado el pan a mi centro de observación y vigilancia del entorno, con lo cual quedaba momentáneamente suspendida mi frugal ingestión matutina de cuatro rebanaditas de pan con tomate, cuatro centímetros de longaniza lonchada, una caña y un café horrible como casi todos los cafés patrios.

Para hacer tiempo me he acercado andando, todo sea dicho, a una librería cercana y de cierto renombre. Me encantan las librerías y el olor que desprenden a asesinatos, fugas, viajes fascinantes, crítica, cuentos, narraciones y al sudor de dos cuerpos masacrándose bajo la luz de la luna o a refugio de un campo de amapolas. Una mujer de finos trazos barría la entrada y me ha saludado cortésmente, rasgo poco usual hoy día. Le puedo ayudar, me ha dicho momentos después. Me he dado la vuelta y le he agradecido su oferta indicándole que tan solo escrutaba estanterías en busca de un sueño perdido. He seguido, dándole la espalda, mi periplo entre estantes repletos de piratas y princesas llorosas a la espera de oír la mágica frase “le gusta leer?” Pero, caramba, no me ha dicho nada más y  ha consentido mi silenciosa búsqueda de un no sé qué. Además de los lectores de códigos los libros tenían una minúscula etiqueta con el precio. Después de un minucioso y detallado estudio he llegado a la conclusión de que todo este género impreso se tarifa por su volumen, peso y carátula. Me explico, aparte de los grandes dioses y divas de la literatura, que ya van bien servidos de precio, los demás en función de su colorido, peso o tamaño se les incrusta un precio ad hoc. A la salida del establecimiento se ubica un gran cofre de madera, estilo pirata, donde se amontonan los clásicos saldos invendidos, reeditados sin éxito y de bolsillo. He desenterrado uno que por su color me parecía familiar y ¡santo cielo!, era mío, que bochorno descubrir un hijo en la ciénaga de los olvidados, los desheredados, un bastardo. Cierto que me rio de mi sombra, pero ante el cruel escenario… Ya sé que no soy Tom Wolf, ni visto de blanco impoluto, ni tampoco duermo con sombrero. Pero tan mal padre soy? Posiblemente.

Ya he dado cuenta, por fin, de mi timorato desayuno. Me encuentro en plena fase de observación de todo lo que me rodea. Algún desalmado podría aducir que me dedico a curiosear, al vil chafardeo. Pero no es eso, no es eso. Me interesa la actitud de las personas, el por qué de los gestos, la naturaleza de los hábitos y la inutilidad de lo material. Hoy me acompaña un chupito de hielo, de hielo con algo de whisky. A propósito de los gestos, no me quito de la cabeza el mayúsculo disloque del turismo de alcohol y sexo centrado en Mallorca y que ha dado la vuelta al mundo. En Magaluf y s’Arenal, Sodoma y Gomorra, se acaban de inventar el último reto de a ver quién da más. Ha nacido el mamading, consistente en practicar el mayor número de felaciones en un tiempo limitado y la ganadora es premiada con una copa gratuita. Son zonas muy conocidas de ambas poblaciones en donde el alcohol circula en cubos y los preservativos se reparten por la calle como las estampitas de san jolgorio. Obvio más detalles porque me parece tan escabroso y escatológico que pienso que algo está fallando. Quizá sea yo. Tengo una duda de mucho calado: si los chicos llevan pegada una cogorza de tres pares de huevos todo el día y no han fenecido practicando el balconing, qué herramienta pueden lucir ante las hambrientas mamadingas? Me parece que muy pocas copas gratuitas deben servir. En fin, ya me voy pedaleando.


divendres, 18 de juliol del 2014

CRONICAS EN TINTA AZUL (III)

Esta semana el sol ya empieza a hacer estragos, a mostrarse tal y como las gasta en verano. Aquí en la playa me convierto en el intendente de la casa, la proveo de todo lo necesario para poder vivir y comer sin sobresaltos, excepto de verduras y pescado que compete a mi mujer. Cuando habitamos aquí la carne queda prácticamente extinguida, por órdenes concisas de mi mujer solo se consume pescado. Yo asumo el mandato porque en caso de no asumirlo me quedaría como estoy. El resto del año en casa, en casa de verdad, sigo ocupándome una vez por semana de proveer de bebidas, limpieza, aseo, tabaco, helados y tropecientas latas de refresco para cuando vienen las cinco fierecillas. Toda mi familia y la mayoría de gente con la que me cruzo visten ya la piel de moreno fashion y tez tostada, excepto yo que me exhibo con un blanco pálido modelo Pekin. Y que conste que todavía no he sacado del armario mi chambergo Panamá, que es un amor de sombrero. Eso sí, mi colección de gorras no da el abasto. Desde hace años que colecciono gorras de todas las ciudades y países que visito, tanto es así que tuve que acudir a Ikea a comprarme un par de artilugios en los que se acomodan ordenadas y limpias. Las manos, antebrazos y medio brazo los tengo negros de sujetar el manillar de la bicicleta pero la cara, ya digo, cera de oriente.  

Ya he repuesto el candado de la bicicleta que se había averiado. Este no va con numeración sino con llave, dicen que es más efectivo. Alguna precaución habrá que tomar ante tanto chorizo. En Amsterdam hay más bicicletas que personas y desaparecen muy pocas. Claro que el grado de civilidad de allí no es comparable al sofrito de estos lares. Esta tarde se celebra la procesión en el mar, antes no me perdía una, pero me he vuelto muy estoico y cómodo. La cofradía de pescadores saca a su virgen del Carmen por el puerto y la multitud le echa flores. La flota pesquera de Cambrils es de mucho peso, importante, y además nutre mi mesa a diario, factor a tener en cuenta pese a mi inicial resistencia.

Hoy he presenciado una escena que desgraciadamente se repite con demasiada frecuencia: los muchachos de la Cruz Roja reanimando a un hombre en trance de ahogo. Lo han recuperado del agua y tendido boca arriba, se han ido turnando en practicarle el boca a boca y las presiones al pecho de manera acompasada contando del uno al diez. Han sudado la gota gorda pero lo han logrado, en el momento que llegaba la ambulancia ya expulsaba agua con la cabeza ladeada en la arena. Un diez para esta gente que salva vidas y vigila las imprudencias de los borregos de costumbre. La terraza del club estaba vacía hoy, o sea, como a mi me gusta. Consumía el segundo café cuando tomaba estas notas y vigilaba de cerca el sol que no invadiera mi zona de relax y mucho menos la gorra. Paso olímpicamente de sufrimientos masoquistas para poder parecerme al negro zumbón. La tónica no estaba suficientemente fría, observación que le he hecho al camarero.


Desde mi castillo de proa adaptado a las circunstancias, observo como el mar está necesitado urgentemente de unas gafas de sol. En el horizonte se funden los rayos solares con la inmensidad del mar proyectando un abanico de cristal líquido que impacta sobre mis operados ojos. El bullicio en la arena, aun no siendo el de agosto, ya despliega en todo su esplendor las cabronadas propias del tiempo, ya saben: juegos con pelotita en la orilla, parasoles de supermercado Pepe, triperos con lata de cerveza en mano, adefesios sacando pecho arriba y abajo, angelitos pisando toalla ajena, chiringuitos sirviendo mojitos a doscientos grados bajo el toldo y almejas a la marinera a precio de lubina. Regreso a casa con mi súper bicicleta full equip fashion batery, no me la han sustraído. El candado cumple, mañana será otro día.

dissabte, 12 de juliol del 2014

CRONICAS EN TINTA AZUL (II)

Esta semana ha venido mi nieto mayor a compartir unos días con nosotros. Sus frescos e inocentes doce años se ajustan a un perfil envidiable: guapetón, buen estudiante, prudente, mesurado en sus impulsos, deportista impertérrito y multidisciplinar y auto declarado hijo adoptivo del Barça.  Los cinco, porque tengo cinco nietos, lo mismo en temporada escolar como vacacional, están sujetos a un abanico disciplinar que poco tiempo les queda libre. De ahí que agradezca que haya hecho un hueco para estar junto a sus antecesores. Compartimos paseos en bicicleta, desayuno frente al mar y mesa a las horas de la manducatoria, única asignatura en la que apenas alcanza un modesto aprobado, manifiestamente mejorable.

Hoy al concluir el paseo matinal se me ha ocurrido una idea genial, le he dicho a mi mujer que de la comida me ocuparía yo. Con la presencia de un invitado de lujo era preceptivo lucirse. La experta y titular es ella, pero me he librado de la verdura y el pescado. Solo me ha condicionado a que le cocinara un lenguado con verduritas. Sin problemas, he desenfundado mi mega plancha, fileteado calabacín, berenjena, cebolla y lo he asado al dente. Se lo he presentado en un plato grande, unas rodajas de limón y un ramito de espárragos verdes. Genial. Ahora viene lo bueno: dos platos con dos huevos fritos como dos soles, un lecho de patatas a lo pobre, unas lonchas de jabuguito, cuatro pequeñas tiras de chorizo gallego y todo ello salpicado con ramitas de cebollino mini troceadas. Un éxito, genial. Mientras me reñía por hacerle este plato al niño, preparaba un postre de tiramisú por aquello del reciente recuerdo de La Toscana. La cuestión es que mi nieto se ha comido el plato antes que yo, genial.

Jueves, sección quesos de un supermercado. Después de surtirme de los quesos habituales busco alguna especialidad con la que sorprender la mesa. Una mujer a mi lado con buena presencia y vestida con gusto, se apodera con una mano de dos cuñas de Gouda y con exquisita destreza introduce una en el bolsillo del pantalón y la otra en el carro. Al apercibirse de mi casual intromisión, se me acerca al oído…no diga nada, por favor. Uno, que es de sangre caliente, pero siempre comprensivo hacia el género femenino, he dudado un instante y con una mueca de resignación le he dado la espalda. No estoy satisfecho de mi decisión, pero qué otra cosa podía hacer. He cogido un Gouda para los postres. Es un día espléndido, luce el  sol sin abrasar y el aire es fresquito. Hay poca gente en la terraza y sigo siendo una de las pocas excepciones que todavía lleva pegado un cigarrillo en los labios. El camarero me sugiere lo de siempre; un café muy corto y un agua tónica. Me disgusta contradecir su buena disposición pero me apetece un Macallan con hielo. Ya no bebo las barricas que me bebí antaño, eso sí, cuando me apetece un whisky ¡zaska! Me lo zampo.


Si por mí fuera marcharía unos días a cualquier enclave del Pirineo, toda la vida veraneando en la playa cuando yo soy espiga de secano. Pero me dicen que ya tienen suficiente campo durante el año, y yo tan a gustito entre mis montañas. En verano no viajamos nunca, demasiadas multitudes y calor. Para ver mundo, primavera y otoño. Tan solo una corta escapadita de cinco días a Port-Bou y tengo entendido que este año ni esto. De los últimos doce meses recuerdo con cierta morriña Viena y Praga, pero la escapada de diez días a principios de junio pasado a La Toscana me ha dejado algo turbado y melancólico, es excepcional. Mi idolatrado Puccini era toscano y tuve el inmenso placer de visitar su casa-museo. Voy a ponerme Manon Lescaut, un verdadero orgasmo para los sentidos.

dissabte, 5 de juliol del 2014

CRÓNICAS EN TINTA AZUL

Sin ánimo de ir en contra de nadie ni de hacer el cenizo, estos últimos días el tiempo juega a favor mío. Algunos episodios de lluvia, brisa suave y cielo encapotado. A mí el calor me funde las ideas y me incapacita para casi todo. Como nunca he sido playero, jamás me he puesto panza arriba para asarme como un pimiento, paso los veranos encerrado en casa y con el aire acondicionado haciendo horas extras. Estoy de acuerdo en que no es sano ni recomendable, pero es que sin él es peor. Claro que entonces hace acto de presencia el factor humedad, ciertamente incómodo, pero, en fin, tampoco pasa nada por pasarte el día estornudando. Ayer, al final de la tarde, caía una fina lluvia y la gente apresuraba el paso y se cubría la cabeza con lo primero que tenía a mano. Otros con el torso desnudo hacían gala de su machismo folclórico.

Comienza a ser evidente la presencia de veraneantes y turistas. En el ancho paseo marítimo las riadas de gente se mueven como las olas, van y vienen, hablan, ríen, comen helados y fotografían lo que seguramente nunca miraran. Tengo por costumbre sentarme en una terraza cubierta del club náutico en donde instalo mi puesto de observación y hago algunas anotaciones para fortalecer y vitaminar mi decadente memoria. Aunque en algunos municipios ya han tomado cartas en el asunto, todavía son muchos los paseantes que visten de forma incorrecta por las zonas comerciales o lúdicas. Sobre todo hombres que con sus prominentes barrigas cerveceras y torsos peludos como un oso, circulan montados en unas horribles sandalias que más parecen grandes tochos con hebilla. En cuanto a las mujeres mi criterio es distinto porque qué puede haber más bello  que dos senos a sotavento, pero no por ello lo apruebo. Es ciertamente incómodo encontrarse en el mostrador de una farmacia adquiriendo tu ibuprofeno y que a tiro de codo tengas dos domingas marcándote el espacio. Y digo incómodo para uno, porque ellas están tan ricamente ausentes. Por no hablar de cuando estás en la cola del mercadona de  turno y la niña de delante lleva una especie de pantaloncito a lo barbye en donde lo que menos se ve es el pantalón. En las zonas urbanas, lejos de la arena, hay que vestir con un cierto decoro, más que nada por una cuestión de orden e higiene mental. No se trata de una acción represiva o  de doble moral, tan sencillo como guardar las formas en público y no convertir la calle en un muestrario de carne fresca.

Un fatídico suceso ha venido a interrumpir y empañar mis solazadas reflexiones. Y digo fatídico por lo que a mi mujer se refiere y a la familia en general. Pero no voy a hablar de ello por no extender la sensación de tragedia y dolor a los demás, quizá en otra ocasión. La cuestión es que el infortunio ha requerido mil quinientos kmts en dos días. Uno todavía se defiende al volante en circunstancias de fuerte presión y largas horas de tensión alquitranada. Pero que  quieren que les diga, estoy hecho papilla. Excepto las pestañas y la uña del meñique todo lo demás lo siento adolorido. Hacía dos años que no hacía un recorrido tan largo y entre otras cosas me ha servido para descubrir que hay zonas en determinados territorios en donde de diez de la noche a siete de la mañana no encuentras una gasolinera abierta. Y según como vayan las cosas esto puede llegar a ser una putada de enormes dimensiones y peores repercusiones. En pleno siglo XXI es posible no encontrar condimento para alimentar los caballos mecánicos durante la nocturnidad? Pues sí.


Me he dispuesto a escribir durante los próximos dos meses crónicas y circunstancias a la orilla del mar, las he titulado crónicas en tinta azul, por lo del mar, pero también podían haber sido: crónicas en calzón corto  o las mil y una ocurrencias de un voyeur montado en una ola.