dijous, 12 de juny del 2014

SON LAS ONCE DE LA NOCHE.

Son casi las once, las once de la noche. El día ha sido caluroso, posiblemente el más caluroso de estas jornadas que llevo aparcado en la playa. Hoy no he podido salir con la bicicleta de buena mañana, como a mí me gusta. Tengo por costumbre levantarme temprano por una razón muy importante para mí: no me espera nada ni nadie. Si sales pronto de casa te esperan múltiples recompensas  en el camino. Los primeros mil quinientos metros corren paralelos a las vías del tren, miro el retrovisor para anticiparme al momento en que la tierra tiembla bajo tus pies, el monstruo de acero te alcanza sin darte cuenta. Es un momento emocionante, compartes el ruido ensordecedor con las eternas preguntas: hacia dónde va, de dónde viene?
Tengo la puerta abierta y también las que dan al jardín, te dejas acariciar por una suave brisa que todo lo envuelve, nada hace pensar que hoy el termómetro se ha excedido. Estoy solo y nada me aísla tanto como la televisión encendida, escribo o leo con música que no perturbe ni distraiga mi atención. Siempre hay una melodía para cada momento, para todos los estados de ánimo. Milú, mi eterna compañera y secretaria, bosteza entre mis pies suspirando porque llegue la hora de ir a dormir. Es fiel y discreta, comparte conmigo grandes secretos. Soy exigente y reclamo de ella responsabilidad en todos sus actos, no entiendo cómo me soporta. Hace unos días, desde La Toscana, me interesé por ella y la respuesta fue la de siempre: está triste y no come. La amo, pero no tanto como ella quisiera.

La bicicleta avanza silenciosa, el circuito es ancho y se amolda a los caprichos del mar: largas rectas, inesperados recodos y puentes de madera que sortean los últimos suspiros de ríos y riachuelos antes de fundirse con el mar. Conviviendo con el paseo peatonal me permite ver las primeras incursiones de los más madrugadores. La mayoría andando a ritmo ganador, otros simplemente andando y unos pocos haciendo alardes con sus nuevos patines evolucionando de manera gestual y resollando sudorosos. Al otro lado las casitas desfilan graciosas mostrando la intimidad de sus moradores, verjas abiertas con familias desayunando al fresco, y otros barriendo los soplos del viento o regando mimosos sus flores y plantas enarenadas por la noche, bajo la atenta mirada de sus peludos o peludas secretarias. Todo discurre según lo previsto, de acuerdo con las normas no escritas, siguiendo fielmente el guión de todo aquel que se conforma con lo que tiene y que disfruta con ello. La gente, en general, no es reivindicativa, no protesta por vocación ni apenas por provocación. Opta mayormente por la intimidad, en familia o con los amigos, sí que en esos ambientes se desmenuzan todos aquellos asuntos que les disgustan o perjudican. Pongamos por ejemplo a los políticos, aunque aquí y ahora no pintan nada, pero son un colectivo que últimamente se ha hecho merecedor del enojo, el repudio, y hasta el desprecio de la gente.


Pero, en fin, para qué vamos a romper la noche con vulgaridades que nos inquietan y perturban. Hay momentos en que casi todo sobra, en que la cotidianidad huye por el ventanal como un abrazo olvidado, como un deseo satisfecho. Tan solo queda la intimidad y el silencio que la mece, queda tu yo más verídico haciendo balance de tu tiempo vivido, de unas pocas horas en las que creíste que la luz del sol y tus ansias de descubrir el nuevo día, te revelarían nuevos caminos, otras maneras  de afrontar tus deseos, tus inquietudes. Ya han dado la una, son muchas las respuestas de la noche pero casi siempre son triviales, nunca son las que tu esperabas o deseabas. La secretaria está tendida en el suelo, con un ojo abierto y el otro soñando en sus cosas. Cierro las puertas, me interpongo en la suave brisa y pienso en el mañana del nuevo sol y la claridad del nuevo día para que todo siga…igual.