dijous, 26 de juny del 2014

MENTA, PEREJIL Y BICICLETA

A tocar de mi refugio veraniego, entre el mar y yo, se extiende una finca de respetables dimensiones, llana como la palma de la mano y con una masía blanca en un extremo. Antiguamente había estado plantada de naranjos que poco a poco fueron quedando abandonados. Hace unos dos años procedieron a arrancar los árboles y amontonarlos en distintas pilas a las que fueron prendiendo fuego durante una semana. En el ocaso de su dulce vida el naranjal producía el fruto amargo, imposible de comer pero muy buscado por personas que las escogían para la elaboración de mermelada casera. Hoy la finca se ha dividido en dos mitades: a la derecha planta de menta, a la izquierda perejil. En un principio mi abultada ignorancia me hizo sospechar de tan liviana plantación, que más humilde no puede ser. Me preguntaba cómo podían ganarse la vida con ingentes cantidades de un producto que en los mercados y tiendas de alimentación te regalan en forma de hojas de menta y ramitos de perejil. Hasta que no resistí la tentación de preguntar a un empleado que laboraba en el verde mar vegetal. Tanto la menta como el perejil tienen una presencia minúscula en los mercados puesto que el grueso de la producción va a parar a industrias transformadoras de todo tipo, mayormente del ramo alimentario y también químicas. Eso sí, estoy de acuerdo en que uno puede ser burro de solemnidad pero, al menos, ha de saber guardar la discreción y el respeto ante lo ignorado. Nada hay más desagradable que el sabio de turno, que son muchos, o el ignorante atrevido, que todavía es peor.

El amigo lector puede preguntarse a qué viene esta reflexión o porque hablo del perejil y la menta. Que nadie se alarme, no tengo el menor interés en escribir un mega tratado del perejil ni mucho menos una oda a la perfumada menta. A lo sumo una hojita dentro del mojito que le preparo a mi mujer o un modesto picadillo de ajo y perejil para adornar el pescado. Sin pasar por alto que de buena mañana, cuando los inmensos aspersores riegan la plantación, la suave brisa conmueve los sentidos y optimiza la mañana.

Hoy he descubierto que a marcha más corta, más autonomía tiene la bicicleta. Me explico; tiene tres marchas que no tienen nada a ver con el cambio de piñones. Siempre he circulado con la segunda y podía recorrer un máximo de 45 kmts, pero si pedaleo con la primera puede llegar a los 60 kmts. Aparte de reducir algo la velocidad, debo pedalear con más esfuerzo, la cual cosa, aunque molesta, contribuye al mejoramiento y embellecimiento de mis intrépidos muslos y puedo alargar el recorrido. Es obvio que me estoy refiriendo a una bicicleta eléctrica porque si fuera de las normales ya no estaríamos hablando de bicicletas. Los peatones siguen sin respetar el circuito, con lo cual gastas más pastilla de freno y te hartas de tocar el timbre. Ante una situación de inminente atropello de un señor con sillita plegable en la mano y sombrero de paja que hace caso omiso del timbre, cabe el recurso arriesgado de hacer una finta con derrape incluido para salir airoso del trance, aunque a toro pasado y por el retrovisor veas al señor del sombrero de paja agitar la toalla y gritarte cabrón hasta que lo pierdes de vista. No hay conciencia cívica ni mucho menos educación vial.


Llegados a este punto y en estas que estamos es cuando uno piensa que el amable lector puede meditar que la bicicleta, el circuito y el señor del sombrero de paja, le importan una churra. Es del todo cierto y, bien mirado, a mi también. Entonces, ¿A qué vienen el perejil, la menta y la bicicleta? Pues fíjense bien, no tengo la menor idea del porque hablo de churras. Quiero atribuirlo a que en esos paréntesis veraniegos me siento a la puerta de la calle a ver desfilar el mundo y el mundo es lo que cuento.

dijous, 19 de juny del 2014

ACURCIO DA SILVA

Acurcio fue un hombre gris, muy gris, que dedicó toda su vida a irse muriendo poco a poco, a cocerse en sus propias ambigüedades  y contradicciones. Nació en Lisboa pero se trasladó con su familia a Barcelona al poco de nacer. Jamás volvió, ni sus padres tampoco, a contemplar los crepúsculos lisboetas bajo el cielo atlántico. Onofre, su padre, encontró trabajo en los tranvías de la ciudad, toda una vida cosido a una mugrienta silla de madera expidiendo billetes a todo aquel que quisiera pagarlos. También en aquellos tiempos Barcelona era una ciudad gris, plomiza y mugrienta como la silla del tranvía pero, a cambio, ofrecía trabajos de poca monta a mucha gente socialmente desahuciada y mentalmente desubicada, como los Da Silva. 

Acurcio no conoció colegio alguno, conocía de letras y números lo justo, lo preciso para saber en qué calle estaba y cuantas travesías le faltaban.  Tuvo una infancia miserable en un sórdido piso del barrio chino, compartido con otra familia portuguesa, el espacio era limitado y la intimidad una palabra en desuso colgada en el desván. Sus días y parte de las noches transcurrían por las callejuelas del barrio y que se sepa nunca hizo amistades duraderas. Cenaba los infortunios en cuchara que su madre preparaba de noche y durante el día picoteaba alguna dádiva que caía o de pequeños hurtos en el mercado. Alcanzó la pubertad sin haber encontrado su sitio en este mundo bajo la indiferencia de su padre, que vivía para y con su mugrienta silla de cobrador, y la tiranía de su madre que nunca lo trató como a un hijo sino como un estorbo. Sin haberse puesto jamás en tela de juicio ni el menor comentario en el seno familiar, Acurcio apareció en esta vida como un rutilante e introvertido, cómo lo diría, cómo nombrarlo….un maricón, vamos. Palabra de connotaciones agresivas, dicen, pero entendible en todas las categorías y escalas del tablero mundano.

Ni tan solo fue bendecido por la naturaleza, era de complexión enjuta, la nariz prominente, los pómulos salidos y un brillo en los ojos que delataban la mirada desconfiada de la malicia. Se vestía con cuatro harapos y calzaba alpargatas de cintas. No tuvo ninguna ocupación, maldecía el trabajo porque según decía en ocasiones coartaba la libertad de las personas. La vida es para vivirla, no para mortificarla. Frecuentaba todos los garitos más infames del barrio y su única afición era convivir con el lumpen de la zona: algunos borrachos lenguaraces, cuatro maricones de mal pelo con el rostro azotado y envilecido por la depravación, y alguna puta sin dientes ni cliente que echarse al camastro. De Franco solo sabía que era gallego y la única realidad conocida de Barcelona era la comisaría de la llamada Vía Layetana en donde a fuerza de guantazos y humillaciones aprendió que ser pobre y maricón era un pecado mortal de la época.

Murieron sus padres a temprana edad, al poco de haberse marchado el matrimonio portugués. Acurcio se adaptó a la  vida solitaria y compartió la miseria con chinches y pulgas que se turnaban en devorarlo mientras la tuberculosis hacía su curso columpiándose en sus roídos pulmones. Jamás ganó un duro con el comercio de su cuerpo y pasaba los días con sus noches deambulando por el piso vistiendo ropajes de su madre. Se reflejaba en el espejo y sonreía, se gustaba ataviado con largas faldas y un apestoso pañuelo en la cabeza. Tengo serias dudas de que a Acurcio le gustaran los hombres o se sintiera atraído por ellos, creo que simplemente fue un error de la naturaleza, se sentía mujer, y solo eso. Murió, claro, hizo las maletas sin destino conocido y abandonó un mundo al que no pertenecía, siempre fue un extraño en él.


Por qué Acurcio? Pues porque aunque no lo parezca la vida no es del todo de color de rosa. En esta sociedad nuestra ya levantamos los muros necesarios para no ver ni oír casos como este. Y lo que no se ve ni se oye, no existe. Qué quieren que les diga…. Afortunadamente. 

dijous, 12 de juny del 2014

SON LAS ONCE DE LA NOCHE.

Son casi las once, las once de la noche. El día ha sido caluroso, posiblemente el más caluroso de estas jornadas que llevo aparcado en la playa. Hoy no he podido salir con la bicicleta de buena mañana, como a mí me gusta. Tengo por costumbre levantarme temprano por una razón muy importante para mí: no me espera nada ni nadie. Si sales pronto de casa te esperan múltiples recompensas  en el camino. Los primeros mil quinientos metros corren paralelos a las vías del tren, miro el retrovisor para anticiparme al momento en que la tierra tiembla bajo tus pies, el monstruo de acero te alcanza sin darte cuenta. Es un momento emocionante, compartes el ruido ensordecedor con las eternas preguntas: hacia dónde va, de dónde viene?
Tengo la puerta abierta y también las que dan al jardín, te dejas acariciar por una suave brisa que todo lo envuelve, nada hace pensar que hoy el termómetro se ha excedido. Estoy solo y nada me aísla tanto como la televisión encendida, escribo o leo con música que no perturbe ni distraiga mi atención. Siempre hay una melodía para cada momento, para todos los estados de ánimo. Milú, mi eterna compañera y secretaria, bosteza entre mis pies suspirando porque llegue la hora de ir a dormir. Es fiel y discreta, comparte conmigo grandes secretos. Soy exigente y reclamo de ella responsabilidad en todos sus actos, no entiendo cómo me soporta. Hace unos días, desde La Toscana, me interesé por ella y la respuesta fue la de siempre: está triste y no come. La amo, pero no tanto como ella quisiera.

La bicicleta avanza silenciosa, el circuito es ancho y se amolda a los caprichos del mar: largas rectas, inesperados recodos y puentes de madera que sortean los últimos suspiros de ríos y riachuelos antes de fundirse con el mar. Conviviendo con el paseo peatonal me permite ver las primeras incursiones de los más madrugadores. La mayoría andando a ritmo ganador, otros simplemente andando y unos pocos haciendo alardes con sus nuevos patines evolucionando de manera gestual y resollando sudorosos. Al otro lado las casitas desfilan graciosas mostrando la intimidad de sus moradores, verjas abiertas con familias desayunando al fresco, y otros barriendo los soplos del viento o regando mimosos sus flores y plantas enarenadas por la noche, bajo la atenta mirada de sus peludos o peludas secretarias. Todo discurre según lo previsto, de acuerdo con las normas no escritas, siguiendo fielmente el guión de todo aquel que se conforma con lo que tiene y que disfruta con ello. La gente, en general, no es reivindicativa, no protesta por vocación ni apenas por provocación. Opta mayormente por la intimidad, en familia o con los amigos, sí que en esos ambientes se desmenuzan todos aquellos asuntos que les disgustan o perjudican. Pongamos por ejemplo a los políticos, aunque aquí y ahora no pintan nada, pero son un colectivo que últimamente se ha hecho merecedor del enojo, el repudio, y hasta el desprecio de la gente.


Pero, en fin, para qué vamos a romper la noche con vulgaridades que nos inquietan y perturban. Hay momentos en que casi todo sobra, en que la cotidianidad huye por el ventanal como un abrazo olvidado, como un deseo satisfecho. Tan solo queda la intimidad y el silencio que la mece, queda tu yo más verídico haciendo balance de tu tiempo vivido, de unas pocas horas en las que creíste que la luz del sol y tus ansias de descubrir el nuevo día, te revelarían nuevos caminos, otras maneras  de afrontar tus deseos, tus inquietudes. Ya han dado la una, son muchas las respuestas de la noche pero casi siempre son triviales, nunca son las que tu esperabas o deseabas. La secretaria está tendida en el suelo, con un ojo abierto y el otro soñando en sus cosas. Cierro las puertas, me interpongo en la suave brisa y pienso en el mañana del nuevo sol y la claridad del nuevo día para que todo siga…igual.

dimecres, 4 de juny del 2014

LA TOSCANA (y 3)


Dejamos atrás la Toscana dulce y subyugante para conocer su parte más urbana, quizá más conocida, hacia el norte. Partiendo de San Gimignano la carretera va descendiendo hasta el llano en un trazado sinuoso y de belleza inigualable. Los colores verdes y ocres junto a los omnipresentes cipreses dibujan un cuadro imposible de ignorar y mucho menos de olvidar. Lucca es nuestro próximo destino en el que pararemos tres días. Orillamos la bella Florencia, visitada en otras ocasiones. Lucca es una ciudad sorprendente, al entrar en el casco urbano sientes como un desengaño, como algo imprevisto: edificios que más bien parecen suburbios de cualquier ciudad. Pero pronto sales de tu asombro, la ciudad está dentro de la fortaleza con un perímetro de 4’2 kmts. Tiene cuatro entradas y el tráfico rodado está muy limitado. Su rasgo medieval te sobrecoge, sus grandes plazas, callejuelas y mágicas esquinas te retraen a un pasado de guerras y saqueos constantes. Pero también era mi objetivo secreto, mi esperada ilusión conocer la casa natal de Giacomo Puccini era más que un capricho, casi se había convertido en una obsesión para mí. En el corazón de la ciudad, calle San Lorenzo frente a la plaza de la Citadella, la residencia que acogió al maestro durante su infancia y primeros años de la  juventud, contiene infinidad de objetos personales, manuscritos, fotos y partituras con anotaciones de su puño. El piano con el que compuso su inconclusa Turandot preside una estancia de oscuros tapices y recuerdos familiares. Me dejé envolver por el aura de aquellos espacios salpicados por su inmortal música sin poder evitar un nudo en mi garganta. Por fin el creador de mis mejores sueños estaba frente a mí en otro sueño hecho realidad.

Lucca vive del turismo y sobre todo de Puccini, toda Lucca es un concierto permanente. La Piazza Napoleone ejerce de centro natural de la villa, al igual que la curiosa plaza del Anfiteatro cuya forma es totalmente elíptica. La muralla que circunda la ciudad tiene un perímetro de 4’2 kmts y una anchura de unos cincuenta metros, hoy dedicada al solaz y deporte y con una importante colonia de árboles de todo tipo. A escasos kmts. de Lucca, en la costa norte de La Toscana, se encuentra Viareggio, ciudad marítima abocada en pleno mar Tirreno. Tiene uno de los mejores paisajes costeros del mundo a lo largo de su interminable paseo marítimo. Su playa, porque solo hay una pero kilométrica, está fragmentada en docenas de establecimientos de unos cincuenta metros de fachada que ofrecen servicios de baño de todo tipo, incluidas piscinas. Me quedó la duda de si en este tramo la playa está algo así como privatizada. No lejos de ahí el municipio de Torre del Lago anexo a Vilareggio, se celebra anualmente el Festival Puccini de ópera. El compositor tuvo residencia en esa localidad y dió luz a sus más famosas óperas. El 21 de diciembre de 1938 el nombre de la población pasó a ser Torre del Lago Puccini en honor a su ilustre conciudadano.

Antes de abandonar definitivamente La Toscana rendimos visita a Pisa. La conocía de anteriores visitas, pero en ninguna de ellas pude estar a los pies de la Torre. Esta vez sí, apreciando en primera fila la grandiosidad del monumento atestado de turistas alzando las manos en busca de la preciada foto sosteniendo la estructura. Al día siguiente salimos hacia Milán. Pero esto ya es otra historia. Cierro esta breve crónica imaginando que la brisa de la bella Toscana y el sonido de las teclas en el piano de Puccini se unen para bajar el telón. Aunque esto es imposible porque la belleza y la sensibilidad son inmortales.