Empiezo, empiezo con cualquier palabra, da
igual una que otra. Pretendes escribir relatos con los que poder compartir con
otros todas las historias que aterrizan en tu mollera. A veces ante la
inexistencia de argumentos o sequedad de ideas, optas por escribir una palabra
en la pantalla y a partir de ella intentar tirar del ovillo. Que es lo que me
está sucediendo estos días impregnados de quietud y silencio. A pesar de que
hoy, viernes, ya se nota un notable incremento de personas que han instalado su
campamento en sus lugares de descanso. Estos días circulaba casi en solitario
por el circuito reservado a bicicletas a tocar de la arena, en la playa. Esta
ha sido la palabra escogida hoy: Mar. Son numerosos los ciclistas que discurren
por el estrecho circuito, los más jóvenes en grupos compactos, equipados con
trazas de profesional, que prescinden de ambigüedades y le dan al pedal ajenos
a los posibles encontronazos. Gente mayor que cabalga tomando precauciones e
insensibles a las colas que originan. Si haces sonar el ring-ring para
sobrepasarlos no lo aceptan de buen grado y te taladran con la mirada. Los
niños suelen pedalear pegados a la rueda de sus progenitores. Creo que soy de
los pocos que no se cubre la cabeza con esos gorros tan rematadamente
horribles.
Los hay que prescinden de su derecho de
preferencia en los numerosos pasos de peatones asumiendo que unos segundos de
paro no perjudican su periplo playero y con ello evitan frenazos bruscos e
innecesarios. Por el contrario hay los defensores a ultranza de sus derechos a
los cuales les importa una higa todo lo que no sea en beneficio propio. Los
chiringuitos son sometidos a una implacable gestión de limpieza y acondicionamiento
de sus modestas instalaciones con el lícito objetivo de que puedan clavarte
tres o cuatro euros por un cervezote o sesenta por una paella familiar bajo un
toldo encañizado y un calor de clima pre bélico. En cualquier caso hay que
agradecer el servicio y comodidad que prestan. Las brigadas municipales se
afanan en sus labores de jardinería así como en la limpieza, removido y
aplanamiento de la arena. Aunque semana Santa son cuatro escasos días, todo va
quedando a punto para la temporada estival. Luce el sol y el cielo despejado y
azul, aunque parece ser que para domingo y lunes pintan bastos. Sin querer
pecar de egoísta a mi no me importa demasiado el tiempo, estoy aparcado donde
siempre y hago lo de siempre. Eso si, vigilando el mar y esperando la hora en
que reanudamos nuestras trascendentes charlas.
Ayer salí de buena mañana y cometí la
imprudencia de montarme en la bicicleta en camiseta, pasé un frío inhumano y no
cedí a la tentación de volver a casa y ponerme ropa de abrigo. Hoy he sido
precavido y todo ha ido bien. Tardo unos veinte minutos en situarme en el
centro de Cambrils, mi primera gestión ha consistido en buscar un cajero
automático y rehacer mis frustradas reservas. Ayer hice lo mismo pero el dinero
y las tarjetas de crédito viajaron hasta el fondo de la lavadora abrigados en
la carterita. Los tendí al sol pero quedaron hechos un asco. Seguidamente me he
dirigido a la busca y captura de una barra de pan. Quizá por deformación
profesional el caso es que a la hora de adquirir el pan soy muy exigente, me
gusta el pan de calidad y cocido con amor, jamás compro una baguette porque
casi nadie sabe cocerla, no sabe a pan y de tarde se muta en goma de neumático.
Acto seguido he pedaleado dos escasos
quilómetros para refugiarme bajo el toldo de una terraza frente al mar, en
donde la rutina discurre entre un mini bocado de jabuguito, cañita fresca, café
aromático y periódico, aunque hoy no hay periódicos. Ahora colaboraré en la
santa liturgia de preparar la comida, hoy es cosa mía: lubina y verduritas a la
plancha, se me da bien la cosa, mucho mimo con las pinzas, temperatura justa y
trato cariñoso con la materia prima. Y por lo de la globalización, un Alvariño
bien frío.
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