dissabte, 12 d’abril del 2014

ENTRE EL MAR Y LA TIERRA


Aproximadamente en cuatro o cinco semanas iniciaremos un viaje por tierras donde el sol baña las fecundas y coloreadas tierras que tanto cautivaron a artistas y pintores. Es regada por el río Arno y el centro y sur destacan por  suaves relieves que encercan sus cuencas interiores. Sus paisajes hacen soñar despierto y el legado artístico y cultural es de incuestionable importancia. Es una deuda marcada  en rojo en mi libro de viajes, un rincón de la vieja Europa que hasta ahora se encontraba en lista de espera. A veces nos movemos por las aristas eludiendo el núcleo, la esencia. Pienso enmendar midejadez.

Pero mientras, hasta llegado el momento de la partida, tiendo un puente, podría decirse como el puente veneciano de los suspiros, porque cuando alguien anhela algo con ilusión, suspira por alcanzarlo. Aquí el sol redime de los meses transcurridos, de la nostalgia otoñal y de la crudeza invernal. Calienta pero no oprime ni hastía, reconforta y nutre el ánimo, a veces tocado y tambaleante. El mar, inmóvil y callado, se mece  sin apenas rumbo al pairo de una dulce brisa que lo acuna. La playa está desierta, apenas cuatro siluetas a lo lejos que cobran formas cómicas en la lejanía mientras la arena se despereza tras el largo y gélido sueño. mo ansiamos vivir las repetidas estaciones del ciclo anual: en invierno deseamos el clima estival, la ropa cómoda y liviana. Pero cuando los rigores del calor y el bullicio veraniego nos asfixian, entonamos la preferencia otoñal por aquello de la placidez y la mirada melancólica sobre lienzos con estampas bucólicas, son  tiempos de hojas caducas. Somos inquietos por naturaleza,  casi obsesivos en nuestras reiteraciones, inconformistas diríase.

Los chiringuitos brillan por su ausencia y su espacio es ocupado por la nada, cuatro soplos de viento que se han llevado sillas, mesas y largos tragos de cerveza fría. Paellas de acertada factura digeridas entre sonrisas y generosas raciones de tóxica sangría. El corazón nos habla del verano y la razón persiste en su empeño de recordarnos que todavía es tiempo de soledad, de hojas caídas, de añoradas ilusiones vestidas de pantalón corto y camiseta todoterreno. Las embestidas del oleaje adoptan un perfil tierno y vergonzoso, sin resto alguno de naufragios domésticos, sin espuma, como diciendo hola y adiós. Unas tristes y mareadas algas de ignorada procedencia.
Frente a frente otra vez, como cada año, como siempre, la mirada altiva y sin gesto alguno, invocando respuestas y consejos al mar que todo lo sabe, que todo lo conoce, ahora reina la calma sobre el gran cristal líquido, no hay que temer el crujido de cuadernas porque no hay tormenta ni mucho menos galeón alguno. Tan solo el mar y yo,  esperando la palabra que calme el desasosiego de tantas dudas. A medida que las sienes se van poblando de cicatrices blancas y afiladas, parece extraño, más te ves sumergido en las lagunas de la incerteza, de la dubitativa decisión. Pero ya hablará el mar.

Esta mañana, bien temprano, a poco de haberse instalado las calles, los árboles y las catástrofes humanas, me he dejado envolver por una fría e invisible brisa que cortaba el aliento. Le he dado la espalda al mar y he caminado por terrosos caminos rodeado por grandes extensiones sembradas de alcachofas y habas. El riego matinal sobrecogía por su espléndida imagen, cientos de surtidores esparcían el agua con su brazo oscilante impregnando de vida las bendiciones de la tierra. El largo silbido de un tren me ha despertado de mi sueño devolviéndome a la realidad del momento. Cabizbajo y con las manos en los bolsillos he desandado lo andado pensando en mi próximo viaje a aquellas tierras tan deseadas. ¿Serán más bellas que éstas?