dimarts, 4 de febrer del 2014

ÚBEDA

El tren, tras cruzar Castellón, Valencia y Albacete, vira noventa grados hacia el sur enfilando una recta inacabable  para adentrarse en la afligida y sinuosa geografía de El Jardín, y retomar velocidad al encuentro de las tierras de los califatos. Puente de Génave nos enseña tímidamente las primeras señales para acabar de confirmarlo en Villanueva del Arzobispo: los olivos gigantescos de tres troncos  se extienden hasta las puertas de Villacarrillo, donde comienza a ascender el paisaje por la falda de la Loma, hasta llegar a la capital de los cerros. Úbeda despunta en medio de un océano de troncos y ramas verdes. La desgastada denominación de "Mar de olivos" es absolutamente vigente y sorprendente.

Al pisar sus adoquinadas calles entiendes el por qué esta fascinante población ha sido reconocida por el prestigio de organismos nacionales e internacionales: Conjunto histórico artístico, Ciudad Ejemplar del Renacimiento y Patrimonio de la Humanidad, entre otros. De la alta Andalucía es con sus 35.000 habitantes uno de los más importantes centros urbanos de la provincia. Da servicio a toda la comarca y se calcula en unas 200.000 personas las que se benefician de ella. Desde la ciudad, edificada en un "cerro", se vislumbra el espléndido valle que en un suave juego de desniveles y desmayos se detiene en el Guadalquivir,  frente  la imponente y bella Sierra Mágina. A cada paso, en cualquier esquina,  pones a prueba tu capacidad de admiración.

Si lo que predomina es su formidable legado renacentista, la huella del pasado musulmán es evidente por todas partes. Puertas de madera claveteada, argollas de hierro, farolas y rejas artísticas que han desafiado el calendario y las inclemencias. Mi cuaderno de bitácora contiene casi doscientos edificios merecedores de ser visitados. La muy afamada cerámica ubetense de raíces atávicas y artesanales, cocida todavía en hornos árabes, tiene en la saga de los Tito y Góngora su mejor expresión entre el hombre y la tierra.
El Hospital de Santiago, donde otrora vi cantar Josép Carreras, hoy centro de congresos y exposiciones, es un cautivador conjunto monumental obra de Andrés de Vandelvira, insigne arquitecto renacentista que llenó la ciudad y la provincia de joyas arquitectónicas . En la gran plaza Vázquez de Molina se encuentra, además de la Real Colegiata de Santa María de los Reales Alcázares, El Palacio de las Cadenas -ayuntamiento-  el Palacio del Deán Ortega -Parador turismo- o la Sacra Capilla del Salvador, obra de  Vandelvira. Junto a la plaza se encuentra el paseo de Ronda o de los Miradores, donde se puede gozar de unas vistas excepcionales a vuelo de pájaro de la Sierra de Cazorla, El Guadalquivir y  Sierra Mágina.

En verano, en las noches de luna, pasear por los callejones de la ciudad vieja es un reto irrenunciable. Los vestigios y las sombras se confunden con las luces y los espectros del pasado. Guerras y dominios alternos han dejado la huella del largo camino hasta hoy. Este gran territorio de contrastes y colores, Andalucía, ha gozado de siglos de prosperidad que han ido ligados a los pobladores y a las artes. También en Úbeda, donde las resonancias en piedra tallada y hierro forjado vistiendo la noble madera nos hablan de un esplendoroso pasado. Al cruzar bajo  la Puerta de Graná ,dejando que los gastados adoquines te moldeen el calzado, te apercibes de  que en la penumbra de la noche un ribete plateado surca el fondo del valle, no sin un débil susurro. El padre Guadalquivir emprende su  viaje hasta San Lúcar de Barrameda.

Partimos de noche, el tren resopla y desciende. Le cuesta arrancar porque la luna yace sobre una tierra que esconde el infinito tapizada de geométricos centinelas de gruesa cepa y hoja verde. En la cresta de Cazorla los árboles cimbrean como diciendo Adiós!

Dicen que en una muy lejana época cuando el tiempo se vestía de mil y una noche, en la muralla de Úbeda la reina mora cantaba desde la torre de la alcazaba su amor por el Guadalquivir, mientras la luna le guiñaba el ojo y alzaba su antorcha para alumbrar la pasión de su amado. Ni las piedras milenarias ni las tradiciones arcaicas saben ni han de saber de la ruinosa política.