divendres, 31 de gener del 2014

ZAHARA

Nemesio era un marinero de los de gorra y pipa, nació en Zahara en un tiempo ya casi olvidado. Creció, padeció y vivió rodeado por los mismos fastos de la penuria y la miseria con la que le recibieron entre mantillas. Era un hombre áspero y huraño pero, sobre todo, un hombre bueno y cabal.Volví a la orilla del continente para reencontrarme con los viejos recuerdos de unos alborozados veranos, ahora ocultos entre la espuma y los acantilados. Allí aprendí lo que en las aulas no enseñaban: mis primeros cigarrillos clandestinos, amores furtivos de manita y mejilla, y también los interminables saraos en la arena, preludios del amanecer.

Nemesio fue pescador desde los trece años hasta que un golpe de mar le jubiló. En el mar de Alborán, su mar y su hogar, que tantos halagos y mimos le procuró. Soñó con subir al castillo de proa para arengar a la tripulación pero no había castillo ni sabía arengar. No llegó a corsario pero cocinó los más sabrosos ranchos del Alborán. ¡Nemesio!, qué hay para comer!, frutos del mar, decía el cocinero de gorra y pipa. El rostro del marinero bueno estaba encallecido, surcado por mil y un azotes de la rosa de los vientos. Su enmohecida libretita, preciado cuaderno de bitácora, condensaba tantos imaginados abordajes y recuerdos del mar, que el mar se lo cobró. Nunca emergió ninguna sirenita para compartir las millas de la vida con Nemesio.
Pero  nunca replicó, compartió su viejo reloj con un flaco perro que le hablaba y la fría soledad de un barracón en la abandonada escollera, a sotavento de inclemencias y granujas de verano. Poco lujo, unas mugrientas cacerolas a popa del calamitoso camarote y, eso si, unos pringados cristales por donde vigilar el mar y  la costa del moro africano.
Al marinero le contaban historias de mujeres y vino en jarra: ¿Vendrás el domingo a Sanlúcar?, Sé de una… en El Puerto, ¿Has estado en Jerez? Pero Nemesio no entendía de viajes ni de mujeres ni de “na”. Tengo mi trabajo en el barco y el camarote de tierra, no necesito “más nada”. Su mundo estaba a medio camino de proa a popa y, aquella última singladura, marcó el rumbo sin retorno.


Oscurecía, abrí los ojos y pude ver en el horizonte como el ocaso se diluía en el negro mar. La arena desprendía el calor acumulado mientras las olas se sobreponían con un rumor de nostalgia, se mecían presurosas. Deposité los recuerdos bajo la arena y enfilé tiritando el camino de regreso. Al pasar frente a la taberna se oían voces que hablaban de un anciano navegante, tosco y gruñón, que siendo bueno y sin conocer lo malo, huyó súbitamente a sentarse a la mesa de Neptuno. La gente lo quería, y yo, sin saberlo, también. El próximo verano volveré a Zahara de los Atunes. Me gusta el mar.