No escribo pensando en un público intelectual; son artículos
para todo el mundo, creo. Son confesiones
que pretenden ser populares; intentan interesar al lector por sucesos
pertenecientes al ámbito de los sentimientos, de las emociones y de la
afectividad. Algo así dijo François Truffaut de sus películas. Cuando escribo
no me limito a infundir buenos deseos en relatos ajenos y alejados del común de
los mortales, tan solo pienso cómo hacer llegar el mensaje para que el lector
se sienta partícipe de la historia, huir de la grandilocuencia o la banalidad.
Nada de eso, antes muy al contrario, cuando tu desmigas emociones vividas o
sentimientos que afloran por todos los poros, no haces sino buscar la
complicidad de otros para encontrar espacios en los que compartir lugares o
afectos, emociones impulsadas por los mismos latidos. Alguien me dijo una vez
que para escribir bien, hay que escribir sobre lo que uno conoce… Esto es lo
único que sé…Y no sé más.
Y en ese trepidante rio que nos arrastra hacia el
mar, nos caemos y levantamos por la fuerza de la vida, son tantos los saltos de
agua y las cascadas por las que nos precipitamos, que a la fuerza vamos dejando
sedimentos, diminutos trozos de vida que pasamos por el cedazo para unir un
momento, un paisaje, una melodía, un relato para contar. Casi que no se puede
describir, porque hablamos de sensaciones, de sentimientos, como esas personas
a las que les gusta mirar a la luna, dejarse hipnotizar por el mar o palidecer
ante una puesta de sol púrpura. Abrir nuestras mentes, escribir y darnos cuenta
de que hay un nuevo fin para aquella vieja historia. Hay quien cree que su
pasado no tiene interés, peor aún, que no tiene pasado, qué candidez y que
equivocación más pueril¡¡ Todos descendemos por ese río que va urdiendo nuestro
pasado, tejiendo nuestra propia historia y que quizá la que construimos hoy sea
la más importante. Es tan difícil que el pasado no te persiga.
“Recordar un buen momento es
sentirse feliz de nuevo. Escóndeme que el mundo no me adivine. Escóndeme como
el tronco su resina, y que yo te perfume en la sombra, como la gota de goma, y
que te suavice con ella, y los demás no sepan de dónde viene tu dulzura”. El romanticismo en boca de los grandes poetas huye de la
banalidad mediante simples palabras dispuestas como solo ellos saben hacer,
para llegar a lo más hondo de nuestros corazones y, con ello, hacernos
partícipes de sus alegrías o desventuras. Vivirlas en primera persona. Hay
muchas ocasiones en las que uno lamenta no recordar episodios del pasado,
escenas nebulosas sin rastro alguno que nos hacen lamentar de la vida.
Olvidando que en la madurez la vida no es la que uno vivió, sino la que uno
recuerda, la que puede contar y compartir. “No
llores porque ya se terminó, sonríe porque sucedió. Hoy es hoy, vívelo porque
no regresa”.
Qué es una crónica de tus recuerdos sino abrir de par en par tus propias
emociones. Dar cabida, participar, informar a los demás de aquello que tanto te
gustó y tu quisieras compartir hasta el más mínimo detalle y ver reflejada en
sus rostros la misma felicidad que a ti te produjo. La vida es un libro abierto
y sus páginas son soplos de muchos y diversos vientos. Todos tenemos nuestro
libro, y yo me afano día a día, página a página, a escribir todo aquello que me
gustaría dar a conocer y compartir. “Cada
segundo que pasa, cada luna que surge no hace más que decirnos ¡VIVE! Vive y
ama lo que tú eres, como tú seas, por lo que seas. Mira en lo alto hacia el
cielo, cierra los ojos. Y no te canses nunca de soñar. La vida es muy corta
para no ser felices juntos”.