A estas alturas todavía nos sentimos atados a los
recuerdos del verano, parece que fue ayer cuando soñábamos con las vacaciones,
poder materializar un montón de ilusiones grabadas en la piel de los
espejismos, muchas de ellas poco más que humo, pero humo del que aromatiza y no
escuece los ojos. Poco a poco, para algunos de hoy para mañana, nos vamos
reintegrando a lo de siempre, a lo que en definitiva nos permite seguir
soñando, a veces incluso con lo imposible. Una parte importante de nuestro subconsciente
se sustenta en lo imposible, en lo que sabemos que no será pero nos gustaría
que fuese, en borrar lo que fue y no tenía de haber sido. Son como los clamores
o los gritos del silencio, ocultos en la oscuridad de nuestra intimidad.
Pero la vida sigue, con sus crudezas y alegrías
sigue. Somos como trenes con distinto recorrido, unos oteando la estación
término, otros con un largo recorrido por delante, y la mayoría en una
encrucijada media donde no permite augurar el resto de estaciones que
cruzaremos ni los avatares que el destino nos reserva en cada parada obligada. Se
dice que nadie necesita más unas vacaciones que el que acaba de tenerlas, yo no
lo creo, sería tanto como repetir el mismo postre cada día. En parte es bueno
vivir con proyectos y con algunas
incertidumbres, ilusiones o motivaciones, lugares por los que darías un
soplo del alma por conocerlos. Y en estos casos las oportunidades son como los
amaneceres: si uno espera demasiado, se los pierde. Pero a su tiempo, en su
momento y cuando por los años no puedas correr, trota; cuando no puedas trotar,
camina; cuando no puedas caminar, usa el bastón, pero nunca te detengas!!
Pero dejemos a un lado el tiempo de solaz y
descanso, pasemos página a las playas azuladas y las montañas de húmedos
senderos, a las tertulias al abrigo de una prodigiosa sombra, a las mesas de
exuberantes manjares. El otoño no está en camino, ya ha llegado y llama a
nuestras puertas, despierta! soy el otoño. El invierno debe ser muy frío para
aquellos que no tienen cálidos recuerdos que contar. Pero para recuerdos, los
míos, me invaden de tal manera que en ocasiones no sé si sueño o acaso me
miento. El otoño llega vestido de pintor enamorado, de bata gris y paleta
desbordada de colores. Todos los colores del alma y el corazón juntos en un
pequeño espacio, como la armonía de una sinfonía irisada o la más dulce de las
poesías. Más pronto que tarde las arboledas se pintaran de color fuego,
amarillos y rojos se mezclaran en un abanico de tonalidades cálidas y vistosas.
Álamos, acacias, abedules y chopos, mudaran sus plateadas hojas por diminutas
manchas de vino tinto. No por mucho tiempo, los vendavales otoñales
prescindirán de remilgos y mimos para dejar la tierra alfombrada de ateridas
hojas pintadas de amarillo desleído. Y vuelta a empezar, algunos árboles mostrarán
su retorcido y desnudo esqueleto, los
troncos como brazos y las ramas como manos extendidas al cielo, prestos para la
larga travesía del otoño y el cruel invierno, con la esperanza de que la nueva
primavera llegue a tiempo de lamer sus frías heridas. Las viñas, desoladas y
sin pampas donde esconderse, muestran sus retorcidas cepas ebrias del color del
hierro rovellat.
Se sucede el paisaje por la ventanilla, el tren
avanza despacio y el silencio señorea por valles y llanuras, los conreos
duermen y diminutas huertas languidecen. El cielo rasgado y con quebradas costuras
de plomo amenazante envuelve el lienzo de colores insospechados, es una
sinfonía de colores. Voy al encuentro del otoño, tran-tran, tran-tran,
tran-tran.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada