divendres, 21 de juny del 2013

ESTACIONES VACÍAS


El tren bien podría ser una mentira, una metáfora en la que esconder mi curiosidad por todo cuanto me rodea, las cosas que he vivido y los avatares que vivo. Un afinado objetivo y altavoz con los que proyecto mis sueños y mi estado anímico. Pero no es así, el gusano de hierro existe: silba, quema carbón, corre veloz y arranca respuestas allá donde solo había dudas o desconocimiento. Va dejando un surco tras de si pintado de humo blanco, con el que va arando el camino y los años, sin retraso alguno, puntualmente, justo hasta la entrada en la última estación. Y, porque no, si lo creemos necesario aportamos nuestros sueños para aferrarnos a la realidad.

Siempre he sido y soy fiel a los acontecimientos que relato, ajustándolos a la realidad de lo vivido, pero si puedes soñar debes hacerlo, no debes sentir vergüenza, si pudiera hacerlo soñaría contigo. “Porque ninguna lágrima rescata nunca el mundo que se pierde ni el sueño que se desvanece”. Bien mirado todos tenemos un tren en el que el surco que va arañando la tierra puede ser más o menos profundo, más o menos largo, pero enteramente vital y propio. Quién hay que no tenga nada que contar, que vivir, o  quien amar? Y todo ello es parte del camino recorrido, confidencias montadas en raíles de incierto destino. Las estaciones no son otra cosa que espacios en blanco, momentos de transición entre suceso y suceso.

Ayer a media tarde aparecieron las nubes que nadie había llamado ni esperado. Ocultaron el sol y abrieron su ennegrecido vientre para verter enfuriadas gotas de agua que parecían interrogantes más que gotas de lluvia. Me dispuse a responder, pero vanos fueron mis intentos, cuanto más clamaba, más preguntaba, más arreciaba el aguacero. Empapado y secándome los ojos miré al cielo sin saber porque, las nubes volaban hacia el mar dejando entrever el sol en retirada, pálido i presuroso. Todos los hospitales son iguales, mismas tragedias, mismos dolores. Sensación de vida y de muerte, de desamparo, de remedio. La felicidad está en la lucha, en el esfuerzo, en el sufrimiento que supone la lucha y no la victoria misma. Se abrieron las puertas tras la mortificante espera y cruzó ante mi postrado en la camilla con los ojos cerrados y el semblante tranquilo. Ya todo ha pasado, te encuentras bien, Toni? Por la ventana las sombras húmedas dejaban paso a lánguidos destellos de sol que se escondían en la recién llegada noche. Descansa y cuando te repongas subiremos al tren y abandonaremos los malos sueños dejándolos lejos, muy lejos. Con el sufrimiento se aprenden muchas cosas; entre ellas, no castigar a los inocentes. Y él lo és.

Acaso la vida no es la suma de múltiples trayectos? Pues claro que si. Nunca hemos de dar por sentado que ya estamos en la última estación, siempre en la ¡penúltima! Por lo menos. El tren no espera, se detiene lo justo, y sigue su camino serpenteando entre los desfiladeros de la vida y cruzando los puentes que nos separan de tantas cosas. Hoy mi hermano ha cruzado un túnel más de los muchos que la vida le ha puesto en su difícil camino. Oscuros y silenciosos y con la vista clavada en la tenue luz del final, la del día y la de la noche, la de sonreír y vivir, la de los cálidos y sentidos abrazos.

Ahora estoy más convencido que nunca de que el tren no es una ficción, ni un invento, ni tan solo una dulce metáfora, es un libro con forma de tren que pacientemente va desgranando fotogramas y diapositivas de lo que algunos llaman vida. No, no es ninguna mentira, es la verdad irisada de mil colores.